Peret tenía una misión: hacerle pasar un buen rato a la gente y que se olvidaran de sus problemas con sus canciones. Y la cumplió. Ahora en la película documental 'Peret, yo soy la rumba', de Paloma Zapata, que se proyecta estos días en el Festival In-Edit de Barcelona, descubrimos cuánto amaba la vida, la música y a su familia.

Enamorado del arte de Pérez Prado, el muchacho de Mataró que sólo tenía una guitarra y dos palmeros, decidió que las palmas debían sonar como un instrumento de percusión y los coros y la guitarra como los metales de las bandas de salsa. Así, nació la rumba catalana.

Su destino era el de vendedor ambulante, como lo era su padre y como había aprendido en casa, pero no lo hizo porque, como él mismo decía, no le gustaba engañar a la gente. Así que cogió su guitarra y se echó a los escenarios de medio mundo, En uno de ellos un espectador al terminar le dijo que debía hacer su espectáculo de pie. Y lo hizo. Vaya si lo hizo.

En la película de Zapata descubrimos por qué se hizo pastor evangelista, cómo intentó oponerse una y mil veces a ir a Eurovisión y hasta que en una época llevó pistola.