Los años pasan, las ciudades crecen y el espacio urbano se recompone. Cambia la arquitectura, y a la vez, se reivindica el valor histórico de los edificios. Mejor conservar que demoler, y si es necesario trasladar.
Este faro danés de Rubjerg Knude es un buen ejemplo. En 1899, cuando se construyó, el cambio climático aún dejaba al mar reposar tranquilo a 200 metros de lo que hoy es la costa. Pero la erosión había dejado al faro al borde de un acantilado.
Así que el gobierno ha decidido desplazar a 10 metros por hora y subido a a unos raíles, esta mole de 700 toneladas 70 metros hacia el interior. Un hito de la ingeniería que ha costado 670.000 euros.
Pero ya en 1930 se llevaban a cabo estas hazañas. El Indiana Bell, sede de una compañía telefónica, se trasladó a la parte posterior de la manzana con el fin de dejar espacio para un nuevo edificio. Primero se trasladó 16 metros hacia el sur, luego rotándolo 90 grados y por último moviéndolo otros 30 metros al oeste. Este baile duró un mes, y los empleados de la empresa, con cuidado para no derramar el café, siguieron trabajando allí durante todo ese tiempo.
Soluciones drásticas pero efectivas. Salomónica incluso en el caso de Nicolae Ceaușescu, que no estaba dispuesto a cambiar sus planes para la construcción de un bulevar en la ciudad de Alba Iulia, en Rumanía. Decidió dividir este edificio en dos mitades y en tan solo cinco horas se logró mover el edificio a la acera de enfrente.
Se cambian las formatos, permanecen los bloques. El verdadero Tetris se juega a vista de pájaro.
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