Un crucero de lujo, un velero, viajeros comprando... la Antártida es un destino cada vez más atractivo para los turistas de todo el mundo. Javier Bonayas, investigador antártico de la Universidad Autónoma de Madrid explica que "cada año bajan unos 40.000-45.000 turistas".

De grandes barcos salen cada día decenas de zodiacs llenas de turistas. Recorren puntos de interés como pingüineras, factorías balleneras o el único museo que hay en la Antártida. "Tenemos una tienda de recuerdos donde la gente puede comprar souvenirs", explica Laura McNeil, desde el museo Port Lorkroy.

Pero este número de visitantes puede tener un impacto en los frágiles ecosistemas antárticos. Aunque el turismo está regulado por tratados internacionales, los accidentes pueden ocurrir. "Llegan barcos de hasta 3.000 pasajeros, si una embarcación tiene problemas, la capacidad para salvar a esas personas sería nula".

Si se produce un vertido en el santuario que es la Antártida, las consecuencias serían desastrosas. El aumento de la presencia humana también puede estresar a las especies nativas. El cambio global tampoco ayuda. Con mejores condiciones climatológicas, podrían llegar más vuelos regulares a los aeropuertos antárticos. Óscar Martínez, reportero gráfico, cuenta que lo que más le ha llamado la atención es que "el turismo ha llegado y el merchandising también".

Los investigadores piden que parte de los recursos económicos que genera este turismo repercuta en la conservación del continente helado. "Aunque una persona pueda pagar 8.000 o 10.000 dólares por llegar hasta la Antártida, no revierte nada", explica Bonayas.

Hacer compatible el aumento del turismo en la Antártida y la conservación de esta maravilla natural es el nuevo reto para los próximos años.