La vida de Greta desde hace cuatro meses se reduce a una habitación: la UCI del madrileño Hospital de La Paz. Pero para la pequeña Greta, de solo siete meses, ya representa más de la mitad de su vida.

Con solo tres meses, y durante unas vacaciones, la bebé sufrió una parada cardiorrespiratoria. Y desde entonces permanece en el centro hospitalario, enchufada a una máquina, donde sus padres intentan simular una casa para ella.

"Tengo el móvil aquí agarrado por si nos llaman mientras hacemos la entrevista", dice a esta cadena Fernando Gomis, el padre de la niña. Desde el hospital les han permitido cogerla en brazos, sacarla a pasear por los pasillos del hospital e, incluso, que su hermano la visite en un par de veces. Pero poco más pueden hacer.

Los trasplantes infantiles, sobre todo por debajo de dos años de edad, son muy difíciles. Solo sirven los órganos infantiles y, por suerte, hay muy poca mortalidad infantil en nuestro país.

Cuando no puede evitarse y se produce ese dolor, los padres, según cuentan en la Organización Nacional de Trasplantes, responden en general con una generosidad aún más grande que en el caso de los adultos: hasta el 85% de las familias responden afirmativamente.

"Lo atribuimos a esa capacidad particularmente de empatía de las familias", destaca la directora de la ONT, Beatriz Domínguez-Gil.

Gracias a esta empatía y la cooperación internacional se ha reducido la lista de espera de trasplantes infantiles de 92 a 66 niños y Greta es uno de ellos. Mientras, espera entre mimos volver a las carantoñas en su sofá.