El ictus consiste en la alteración del flujo sanguíneo que llega hasta el cerebro; puede derivar en un ictus isquémico, que es cuando la arteria se obstruye por un coágulo de sangre, y suele ser temporal o hemorrágico, lo que supone que el vaso sanguíneo se rompa y produzca una hemorragia cerebral.

Las primeras 12 horas son claves para preservar la mayor cantidad de cerebro posible y evitar secuelas. El paciente debe llegar cuanto antes a una Unidad de Ictus: "Hay algunos tratamientos que permiten limpiar el trombo, se pueden administrar de forma intravenosa y para eso hay máximo tres horas y media", explica Araceli García, responsable de la Unidad de Ictus de la Fundación Jiménez Díaz, en Madrid.

Los síntomas suelen ser: dolor súbito de cabeza, pérdida de fuerza, dificultad en el movimiento y alteraciones en la vista y el habla. Se trata de la segunda causa de muerte en España, la primera entre las mujeres, aunque lo más habitual es recuperarse como le ocurrió a Borja Cabezas, un superviviente: "La vida después de un ictus te cambia entera, pero si aprendes a vivirla es bonita".

Eso sí, con secuelas: en el 89% de los casos queda alguna; y es ahí donde entra en juego un importante trabajo de rehabilitación.

Detrás de un ictus hay muchas causas posibles, pero existen factores de riesgo como la diabetes, la obesidad, la hipertensión, el colesterol alto o tener antecedentes familiares.