¿MERECE LA PENA QUE TU COCHE HABLE POR TI?

La personalización extrema: ¿valor real o trampa de marketing?

La personalización extrema en el mundo del automóvil se ha convertido en un fenómeno creciente. Ya no basta con elegir el color de la carrocería o el acabado del salpicadero: ahora puedes diseñar tu coche como si fuera un traje a medida.

Maserati Grecale

Maserati GrecaleImagen generada con el configurador de la página oficial de la marca

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La personalización extrema en el mundo del automóvil se ha convertido en un fenómeno creciente. Ya no basta con elegir el color de la carrocería o el acabado del salpicadero: ahora puedes diseñar tu coche como si fuera un traje a medida. Desde pinturas únicas hasta configuradores 3D con cientos de variables, los fabricantes han convertido la personalización en un argumento de venta más. Pero aquí surge la pregunta: ¿cuánto de esto responde a un deseo real del conductor y cuánto es una jugada del marketing para inflar el precio?

Los datos dicen que el negocio es redondo. Según un informe de Entrapeer, este mercado movía 1.300 millones de dólares en 2021 y se espera que roce los 8.500 millones en 2028. No es casualidad que algunas marcas como Maserati, Rolls-Royce o Bentley hayan hecho de la exclusividad una bandera, ofreciendo combinaciones prácticamente infinitas. Pero no hay que irse tan arriba: incluso generalistas como Mini o Peugeot han sabido explotar esta tendencia con éxito. En todos los casos, lo que se vende no es solo un coche, sino una experiencia, un símbolo, un espejo de quien lo conduce.

Sin embargo, no todo lo que brilla es oro. Una personalización mal planteada puede acabar siendo un lastre. Hay que tener cuidado con lo que se elige, porque ciertos toques personales pueden hacer que el coche pierda valor de reventa o limite mucho su público potencial. Ese interior en cuero naranja calabaza que parecía una genialidad puede no hacer tanta gracia dentro de cinco años, y los vinilos tribales, mejor ni mencionarlos.

Exclusividad o puro postureo

Lo difícil es saber cuándo estamos pagando por exclusividad y cuándo lo hacemos por simple apariencia. Un techo tapizado en Alcántara puede tener sentido si buscamos un ambiente premium, pero unas llantas cromadas de 22 pulgadas quizá sean más un gesto de vanidad que una mejora real. Los números tampoco engañan: personalizar un coche puede costar entre 20.000 y 50.000 euros, y gran parte de esa factura tiene más que ver con el “qué dirán” que con un aumento funcional.

El caso de Maserati es bastante ilustrativo. Un Grecale básico ronda los 93.000 euros, pero si uno empieza a juguetear con opciones especiales y acabados únicos, puede superar fácilmente los 130.000 o 150.000 euros. ¿Mejora el coche proporcionalmente? No. ¿Se percibe como más exclusivo? Sin duda. Es ahí donde entra el postureo, esa necesidad de destacar a toda costa, incluso si lo que se compra no aporta nada más allá de una imagen.

Esta tendencia no es exclusiva del segmento premium. Muchos jóvenes conductores dedican presupuestos considerables a personalizar sus coches (aunque sean modelos modestos) con escapes atronadores, luces LED en el interior o equipos de sonido de discoteca. Según el informe SEMA Young Accessorizers, los menores de 25 años gastan más de 7.000 millones al año en modificaciones, y un 80% afirma que su coche les ayuda a socializar. Esto no es tanto una cuestión de exclusividad como de identidad: el coche como extensión del ego.

Alfa Romeo Giulietta con componentes de Novitec
Alfa Romeo Giulietta con componentes de Novitec | Novitec

¿Qué te estás comprando realmente?

Lo que uno paga al personalizar un coche no es solo un extra o un acabado: está comprando una idea de sí mismo, o al menos de cómo quiere ser percibido. La personalización extrema es un escaparate. A veces, ese escaparate muestra buen gusto y sentido práctico; otras, revela que el cliente ha caído de lleno en las redes del marketing aspiracional, y no es tan fácil distinguir lo uno de lo otro.

Desde luego, hay casos en los que la personalización tiene un sentido claro. Un coche fabricado en una tirada limitada, con materiales especiales o detalles inspirados en modelos históricos, tiene un valor añadido real. Pero cuando la modificación se limita a lo estético o se inspira en las modas de turno, el riesgo de tirar el dinero por el desagüe es alto. Como siempre, el equilibrio es la clave: personalizar, sí, pero con criterio.

En resumen, personalizar un coche puede ser una forma maravillosa de hacerlo único y sentirlo propio. Pero también puede ser una trampa bien envuelta en cuero Nappa y pintura multicapa. La próxima vez que elijas entre cinco tonos de burdeos para la tapicería, hazte esta pregunta: ¿estás comprando un coche... o una versión mejorada de ti mismo?

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