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Motores pequeños, precios grandes: el extraño caso del downsizing

Cuando empezó la moda del downsizing, todo sonaba a promesa: motores más pequeños, menos consumo, menos emisiones y ni rastro de pérdida de potencia. ¿El truco? Tecnología. Turbos, inyección directa, distribución variable... Magia negra mecánica para contentar a Bruselas sin amargarnos la conducción. Pero claro, lo que parecía un win-win, ha acabado teniendo un reverso un pelín menos sexy: los coches con motor chiquitito y turbo cuestan una pasta. ¿Cómo se come eso?

Motores Opel

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Cuando empezó la moda del downsizing, todo sonaba a promesa: motores más pequeños, menos consumo, menos emisiones y ni rastro de pérdida de potencia. ¿El truco? Tecnología. Turbos, inyección directa, distribución variable... Magia negra mecánica para contentar a Bruselas sin amargarnos la conducción. Pero claro, lo que parecía un win-win, ha acabado teniendo un reverso un pelín menos sexy: los coches con motor chiquitito y turbo cuestan una pasta. ¿Cómo se come eso?

La explicación oficial es que todo esto es carísimo de fabricar. Las normas europeas de emisiones, sobre todo el Euro 6 y el ciclo WLTP, apretaron tanto las tuercas que los fabricantes se vieron obligados a tirar de ingeniería fina para pasar los exámenes de gases sin montar centrales nucleares sobre ruedas. Así, lo que en los 90 se resolvía con más cilindrada, ahora se disfraza de eficiencia con motores 1.0 turbo de 125 caballos. Ojo, que tiran bien, pero llevan más tecnología por milímetro cúbico que un cohete de SpaceX.

Claro, la tecnología no es gratis. Entre válvulas rellenas de sodio, bloques aligerados y sistemas de sobrealimentación que podrían figurar en un catálogo de Fórmula 1, el coste de producción sube, y cuando el coste sube, el precio de venta se dispara. Así que sí, querido lector, ese utilitario con motor enano y pinta de simpático cuesta como un compacto bien equipado de hace una década. Misterios del progreso.

La eficiencia que vino con letra pequeña

El downsizing no fue un capricho. Fue una reacción. A partir del año 2000, Europa apretó el acelerador con las normas anticontaminación, y las marcas tuvieron que adaptarse si querían seguir vendiendo coches sin que la Comisión Europea les mandara una amonestación a la sede central. Ford, Renault y Volkswagen fueron los primeros en meter el turbo (literalmente) a motores minúsculos. El célebre 1.0 EcoBoost o el 0.9 TCe eran la viva imagen de esta nueva era: baja cilindrada, turbo al rescate y consumo contenido (en laboratorio, claro).

La clave estaba en mantener las prestaciones de siempre pero con menos cilindros y menos volumen. Para eso, había que exprimir el motor en cada giro del cigüeñal. Inyección a alta presión, turbos de geometría variable, gestión electrónica avanzada... Una orquesta tecnológica que, bien afinada, podía mover con soltura un coche del segmento B o incluso C. Pero ese equilibrio inestable tenía truco: los motores trabajan más forzados, con temperaturas y presiones que hace 20 años habrían sonado a ciencia ficción.

Aquí es donde empieza la letra pequeña, porque aunque sobre el papel los motores downsized son más eficientes, en el mundo real hay matices. Consumos que no bajan tanto como prometen, fiabilidad que a veces brilla por su ausencia, y costes de mantenimiento que invitan a revisar el plan de pensiones. Vamos, que igual te ahorras medio litro cada 100 km, pero te lo gastas con intereses cuando el turbo diga basta o el catalizador se rinda ante tanto estrés térmico.

Ford Puma 2024
Ford Puma 2024 | Ford

Cuando menos no siempre es más

Claro, esto nos lleva a la gran pregunta: ¿realmente compensa pagar más por un coche con motor pequeño y mucha tecnología? Para muchos compradores, la respuesta es sí, por una cuestión de imagen ecológica y de ahorro de combustible. Pero si uno rasca un poco, se encuentra con comparativas en las que el downsizing no sale tan bien parado. Hay casos documentados donde un tres cilindros turbo consume más en condiciones reales que un cuatro cilindros atmosférico de antaño. Es decir: menos cilindrada, más consumo.

Además, los coches con motor downsized se están vendiendo como productos premium, lo que también infla el precio. La marca te dice que estás pagando por eficiencia y por cumplir con el planeta, pero lo cierto es que también estás costeando toda la parafernalia tecnológica que lleva el motor para rendir como uno más grande. Así que sí: el bloque es más pequeño, pero el precio final da más vértigo que nunca. A veces, parece que estemos pagando el I+D con cada cuota de financiación.

Por si fuera poco, algunas marcas ya están reculando. Volkswagen, por ejemplo, ha empezado a sustituir motores pequeños por otros más grandes y con soluciones técnicas menos extremas, como el 2.0 TDI Evo. ¿El motivo? Las nuevas pruebas de emisiones en condiciones reales y, sobre todo, los problemas de fiabilidad. Porque sí, parece que el downsizing tuvo su momento de gloria, pero ahora hasta las marcas se lo están pensando dos veces antes de seguir reduciendo centímetros cúbicos como si fueran calorías en enero.

Entre el márketing y la mecánica

El downsizing nació como una solución brillante a un problema muy real: cómo mantener prestaciones sin dañar al planeta, pero la ejecución ha sido un arma de doble filo. Motores más pequeños sí, pero también más complejos, más exigentes y, sobre todo, más caros. El consumidor ve coches de tamaño modesto con precios que antes reservábamos a berlinas familiares, y aunque las emisiones se reduzcan, los costes se disparan.

Por eso, hablar de "motores pequeños, precios grandes" no es una exageración: es una descripción bastante ajustada a la realidad de lo que ha pasado con esta tendencia. Tal vez estemos asistiendo a su declive. Tal vez haya una nueva solución en camino.

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