¿ECOLOGISMO O LUJO CON EXCUSAS?
El lujo eléctrico: entre lo sostenible y el elitismo ostentoso
La movilidad eléctrica lleva años vendiéndose como la solución al cambio climático, pero algo curioso sucede cuando se cruza esa idea con el mundo del lujo. ¿Es de verdad una apuesta por la sostenibilidad o se ha convertido en una nueva forma de ostentación?

Publicidad
La movilidad eléctrica lleva años vendiéndose como la solución al cambio climático, pero algo curioso sucede cuando se cruza esa idea con el mundo del lujo. ¿Es de verdad una apuesta por la sostenibilidad o se ha convertido en una nueva forma de ostentación? Desde reinterpretaciones eléctricas de iconos como el GT40 de Everrati hasta berlinas como el nuevo DS Nº8, parece que lo ecológico ha encontrado su hueco en los garajes más exclusivos.
Ya no basta con tener un coche caro. Ahora el mensaje es más sutil, pero igual de claro: “además de tener dinero, me importa el planeta”. Un coche eléctrico de gama alta se ha convertido en la nueva bolsa de tela para ir a hacer la compra en el barrio bien. Funciona igual que el reloj suizo o los mocasines sin calcetines: habla de ti sin que tengas que decir nada.
Y, sin embargo, hay una contradicción evidente. La huella ecológica de producir un coche eléctrico de lujo, con baterías gigantes, materiales exclusivos y toneladas de tecnología, dista mucho de ser neutra. Por no hablar del precio: este tipo de vehículos está tan lejos del ciudadano medio como un yate o una pista de pádel privada.

Algunos modelos como el DS Nº8 o el BMW i7 no buscan salvar el planeta, sino el alma del lujo
Algunos modelos como el DS Nº8, el BMW i7 o el Mercedes EQS no están pensados para convencer a escépticos del coche eléctrico. Están diseñados para que los convencidos de siempre (los que ya compraban berlinas de gama alta) no echen de menos nada cuando den el salto a lo eléctrico, y lo consiguen: materiales nobles, aislamiento acústico digno de una catedral, y detalles decorativos que rozan el exceso.
En ese sentido, el lujo eléctrico no es tanto una transición como una traducción. Donde antes había un motor V8, ahora hay dos motores síncronos. Donde antes había cuero de vaca, ahora hay microfibras recicladas. Pero el resultado es el mismo: comodidad, presencia, tecnología y esa sensación de que todo está pensado para ti, y solo para ti.
Claro, no compiten con el coche de empresa de tu vecino, sino con otras joyas de salón. El Audi e-tron GT o el Lucid Air son rivales naturales, no por sus cifras de autonomía, sino por su capacidad para hacerte sentir distinto. Porque de eso va este juego: no solo de llegar más lejos sin contaminar, sino de hacerlo con estilo.

¿Verde esperanza o verde billete?
El caso de Everrati es particularmente revelador. Esta empresa británica electrifica clásicos como el Porsche 911 o el Ford GT40, manteniendo su estética original pero sustituyendo el motor por un sistema eléctrico. El resultado es una mezcla de nostalgia y futuro que seduce a coleccionistas con sensibilidad ambiental (o al menos con buen presupuesto).
Lo mismo pasa con Rimac y su Nevera, un hiperdeportivo croata con casi 2.000 caballos eléctricos y una aceleración brutal. Se venden pocas unidades, y no porque falte demanda, sino porque la exclusividad se ha convertido en parte esencial del producto. Es decir, no es solo sostenible: es un caramelo reservado para unos pocos.
Todo esto nos lleva a una conclusión incómoda. El lujo eléctrico no es una revolución democrática. No está pensado para salvar el planeta desde abajo, sino para mantener los privilegios de siempre en un envoltorio más verde. No es malo en sí mismo, pero tampoco es la panacea. Es un síntoma más de nuestro tiempo: incluso lo sostenible puede ser elitista.
Publicidad