ARTE, RUEDAS, UN CABALLO CARÍSIMO, Y LA HISTORIA
¿Imaginas cómo es un coche que cuesta 25 millones de dólares?
¿Te gastarías 25 millones de dólares en un coche? ¿No? ¡Normal! Pero alguien sí ha querido invertir esta cifra en una subasta en California.

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Te voy a contar algo que probablemente te cueste creer, y es que hace pocos días, alguien con tanto dinero que no sabía qué hacer con él, pagó la friolera de 25.305.000 de dólares (o 21.592.953,62 en euros) por un coche viejo en una subasta de Pebble Beach. No es coña, son 21,59 millones de euros al cambio actual. Hay trampa, porque he hablado de un coche viejo pero no de cuál. Se trata de un Ferrari 250 GT SWB California Spider Competizione de 1961, concretamente el chasis número 2383 GT, una máquina que es tanto una obra de ingeniería italiana como un pedazo viviente de la historia del automovilismo.
Para que te hagas una idea de lo que estamos hablando, imagínate que Miguel Ángel (el escultor renacentista, no tu primo) hubiese llegado vivo y cuerdo a los años sesenta y se hubiese emperrado en diseñar un convertible de dos plazas pintado en gris plateado en plan James Bond y con líneas tan elegantes y fluidas que te quedas embobado solo mirándolas. Su carrocería de aluminio ligero la hicieron los de Carrozzeria Scaglietti, esos magos italianos que sabían moldear el metal como si fuera arcilla, y cada centímetro de este Ferrari respira tanto lujo como velocidad pura. Los faros están cubiertos para darle ese perfil aerodinámico y agresivo que te dice desde el primer vistazo que esta bestia no se pensó para dejarla en un parking, sino para devorar curvas en carreteras costeras o rugir en pistas de carreras europeas.
Lo que realmente hace especial a este coche no es solo su belleza sobrenatural, sino su extrema rareza histórica, porque Ferrari solo produjo 56 unidades del 250 GT SWB California Spider entre 1960 y 1963, y agárrate para lo mejor: únicamente tres de ellas salieron de fábrica con especificaciones completas de competición en carrocería de aleación ligera. Tres. En todo el mundo. Y este ejemplar es uno de los dos definitivos que quedan, lo que significa que estás ante algo más raro que un unicornio con gafas de sol.
El bramido de 280 caballos y una historia que vale oro
Pero vamos a lo que realmente importa, ¿qué hay debajo de ese capó largo y musculoso que parece estar a punto de explotar de pura potencia contenida? El núcleo de este Ferrari es un motor V12 Tipo 168 derivado del mítico 250 Testa Rossa, y que presume de 3.000 centímetros cúbicos que desarrollan aproximadamente 280 caballos de fuerza y que van alimentados por carburadores Weber y equipados con unos stacks de velocidad que no solo mejoran la admisión, sino que le dan ese aspecto de macchina de carreras que te pone los pelos de punta.
La verdadera magia está en los detalles técnicos que hacen de este coche algo extraordinario, como por ejemplo, su chasis de base corta de 2.400 milímetros. Este bastidor se diseñó propiamente para lograr un paso por curva que deja a la altura del betún a más de un coche actual. Además, su caja de cambios de cuatro velocidades con diferencial de deslizamiento limitado permite aprovechar cada uno de esos caballos sin perder tracción o la propia vida. Es tan ligero que apenas pesa 1.050 kilos gracias a su carrocería de aleación ligera, así que hablamos de una relación potencia-peso que te catapulta de 0 a 100 kilómetros por hora en unos seis segundos, algo que incluso hoy día sigue siendo respetable. Ah, y una velocidad máxima que ronda los 240 kilómetros por hora.
Este Ferrari no es solo números planos y muertos en papel, sino que tiene una historia de competición documentada. No perteneció a cualquier gordinflón fumapuros, no. Fue entregado nuevecito para estrenar al piloto alemán Ernst Lautenschlager, que lo inscribió en subidas de montaña y rallies por toda Europa y logró victorias y podios en eventos como el Rossfeld Hill Climb. Décadas después se sometió a una restauración de alto nivel que devolvió su color gris ahumado original (el Ferrari, no Ernst) y le valió la certificación Ferrari Classiche, un sello que verifica su autenticidad y que en el mundo del coleccionismo vale tanto como un título nobiliario.
Más que un coche, un pedazo de la leyenda Ferrari
Ahora bien, la pregunta del millón, literalmente, es por qué alguien pagaría 22 millones de euros por un coche, por muy bonito y raro que sea. La respuesta está en que este Ferrari no es simplemente “un coche”, sino que representa el pináculo de una época dorada en la que los coches se construían con las manos de artesanos que entendían que estaban creando algo más que máquinas y que vivían cada proyecto como parte de su alma.
Esta época no está mal en avances, y los supercoches salen de cadenas de montaje computerizadas y los motores eléctricos se van integrando en ellos, pero no es lo mismo, así que este Ferrari 250 GT California Spider se convierte en un recuerdo tangible de cuando la velocidad tenía alma y el estruendo de un V12 era música celestial. Su interior en cuero beige, sus ruedas de alambre cromadas y cada uno de sus detalles pulidos a mano hablan de una filosofía de fabricación que ya no existe, de una época pasada que seguramente fue mejor.
Al final, cuando ves las cifras de esta subasta récord en Gooding & Company, no estás viendo solo el precio de un coche, sino el valor que le damos a la historia, a la belleza y a esos cochazos únicos que conectan generaciones enteras de soñadores que alguna vez miraron un Ferrari. Somos críos de varias décadas con las narices pegadas al mismo cristal.
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