UNA IDEA FUTURISTA EN PLENA ERA ESPACIAL

El deportivo que nació de un motor de helicóptero

El optimismo tecnológico estaba más de moda que nunca, y Chrysler quiso subirse al tren del futurismo con un proyecto tan ambicioso como extravagante: un coche de producción movido por una turbina de gas.

Chrysler Turbine Car

Así era el Chrysler Turbine CarChrysler

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Estados Unidos vivía una fiebre tecnológica. La carrera espacial estaba en su apogeo, y los avances aeronáuticos y la electrificación del hogar habían creado una cultura de progreso imparable. El resultado fue el Chrysler Turbine Car, un prototipo funcional que parecía sacado de una película de ciencia ficción.

La mecánica era una auténtica revolución. Nada de pistones, árboles de levas o válvulas tradicionales: una sola turbina podía mover el coche con menos piezas móviles, menor mantenimiento y una fiabilidad teórica superior. Además, su sonido (un zumbido agudo y constante) lo hacía parecer un caza a reacción. Como guinda, el motor podía funcionar con gasolina, gasóleo, queroseno e incluso aceite de cocina. El futuro olía a chatarra y a queroseno, y tenía forma de coupé biplaza con carrocería firmada por Ghia.

Chrysler fabricó 55 unidades, de las cuales 50 se entregaron en pruebas a usuarios reales durante un año. Querían saber si los americanos estaban preparados para adoptar esta tecnología radical. El veredicto fue mixto: la mayoría alabó la suavidad de marcha y el estilo rompedor, pero criticaron el retardo en la respuesta del acelerador, el calor que emitía el escape y lo complicado que era repostar fuera de las grandes ciudades. Aquel sonido futurista también causaba cierto desconcierto entre los viandantes.

Entre la genialidad y el disparate

Sobre el papel, la idea tenía sentido: eliminar gran parte de los elementos mecánicos sujetos a desgaste y sustituirlos por un único rotor girando a 60.000 revoluciones por minuto. Menos fricción, menos averías, más durabilidad. Además, el mantenimiento era mínimo, no necesitaba lubricantes convencionales y no vibraba prácticamente nada. Todo parecía perfecto, al menos en los planos.

El problema era que lo que funciona en un helicóptero no siempre encaja en un coche. La turbina tardaba varios segundos en generar el par necesario, algo que frustraba a los conductores en maniobras cotidianas como salir de un semáforo o adelantar. Además, el consumo era muy superior al de cualquier motor V8 de la época, y si la temperatura exterior era alta, el calor que generaba el sistema de escape podía literalmente derretir un cubo de basura si se aparcaba demasiado cerca.

Tampoco ayudaba la presión política. La normativa de emisiones se estaba endureciendo y las turbinas eran notoriamente ineficientes en ciclos urbanos. A eso se sumaba el coste de producción: aunque Chrysler nunca reveló cifras exactas, se sabe que fabricar cada unidad salía mucho más caro que un Imperial tope de gama. Era un coche técnicamente fascinante, pero económicamente inviable.

Chrysler Turbine Car
La trasera del Chrysler Turbine Car era muy peculiar | Chrysler

¿Y si lo hubieran seguido desarrollando?

La cancelación del programa fue fulminante. De los 55 coches construidos, solo nueve se salvaron de la trituradora. El resto fue destruido por motivos fiscales y legales, una práctica habitual en los prototipos de la época. Los supervivientes se reparten hoy entre museos y colecciones privadas, como el de Jay Leno, que no ha dejado de alabar su fiabilidad y su carácter único. Eso sí, también admite que, para arrancarlo, necesita paciencia y una pista de aterrizaje libre.

Muchos ingenieros coinciden en que, con el desarrollo adecuado, la turbina podría haber tenido un futuro en ciertos nichos. Vehículos militares, camiones o incluso coches híbridos con generadores de turbina. Pero el Chrysler Turbine Car se adelantó demasiado a su tiempo y murió víctima de su propio entusiasmo. En los 60, todo era posible… hasta que llegaban los números.

Hoy lo recordamos como uno de los experimentos más atrevidos de la historia del automóvil. No fue un fracaso técnico, sino una utopía que se estrelló contra la realidad comercial. Un coche que no hacía ruido de motor, sino de avión. Un símbolo de una época en la que la industria soñaba con conquistar el futuro sin mirar demasiado al presente.

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