Creo que no estamos sabiendo aceptar muy bien el rechazo.

No es algo sencillo, obvio.

Todos los seres humanos queremos ser amados.

Ese es quizás uno de los pocos jardines comunes.

El deseo por gustar.

Nadie quiere ser el no elegido.

El que se queda el último.

El que es desechado.

El que llega de rebote.

Todos queremos ser la primera opción.

Es lo lógico, obvio.

Pero no siempre sucede de esta manera.

A veces tú quieres y no te quieren.

A veces lo haces todo bien y eligen a otra persona.

Tenemos que asumir que la gente decida que no.

Que no somos lo que buscan.

Que hay algo que no les convence del todo en nosotros.

Que han encontrado algo mejor.

Por qué no.

Gestionar eso supone también hacer cierta autocrítica.

Supone que aunque estemos enfadados.

Aunque estemos dolidos.

Aunque nos produzca rabia.

Que no te escojan no es que te traten mal.

Que se marchen, tampoco.

La gente tiene derecho a irse.

Tiene derecho a cortar.

Con cuidado, obvio.

Pero tenemos que aprender a lidiar con esos lugares inciertos.

Con esos espacios en los que todavía no hay nada y que puede que no lo haya.

En los que el único compromiso pasa por el instante compartido.

Hay mucha gente que parece no vincularse por miedo a una exigencia.

Dicen no buscar nada serio.

Poniendo un venda antes de que se produzca la herida.

Avisando de que no hay ningún tipo de responsabilidad.

Siempre hay responsabilidad.

Porque interactuar con otro siempre es.

Siempre produce un acontecimiento.

Habría que recordarle a la gente que tratar bien.

Que la ternura.

No es la firma de un contrato que impide que algo no se pueda terminar.

Que se puede ser tierno y libre.

Que puedes tener intimidad.

Y luego rechazar esa intimidad porque no la quieres más.

Que es lícito y que está bien, pero hay que decirlo.

Ser más claros, incluso cuando rechazamos algo.