Todo el mundo vende algo.

Sobre todo en Internet donde tú eres tu marca.

Donde con lo que se comercia es con tu imagen pública.

Siempre en una primera cita virtual.

Porque el discurso ya está pervertido desde antes de producirse.

Porque sabes que alguien te va a leer.

Porque eres consciente de que hay gente que al leerte estará de acuerdo o en contra.

Porque te hacen creer que importa lo que tienes que decir.

Que además debes saberlo todo ya.

No tener dudas.

Señalar al contrario, desenfundar las palabras para crear el contra discurso más certero.

Internet se ha convertido en un escaparate en el que se intenta drenar el mal.

Escenificando un paisaje del todo irreal.

Porque no podemos sacarnos de la ecuación existencial.

Un paisaje en el que existe una voluntad por quedar a salvo de la quema.

Siempre separarte de la humanidad.

Un mapa en el que solo se muestran las sombras ajenas.

En el que a fuerza de señalar los errores individuales ajenos nos convertimos en seres que portan la verdad.

En los buenos, claro.

Esta polarización lo único que nos lleva es a crear espacios de resonancia en los que queremos todo el rato estar de acuerdo con los demás.

Queremos que nos representen, que nos «hagan», que nos den identidad.

Solo queremos escuchar a las personas que piensan exactamente lo mismo.

Juntarnos los que lo «hacemos» bien.

Aplaudirnos.

Decir este «es» peor, cómo no.

Este «es» algo que yo ni he sido, ni soy, ni jamás seré.

Poner distancia y separarnos de la humanidad.

Construir una imagen de valores impolutos en los que la contradicción es imposible.

También el error.

Eso hace que el pensamiento nazca terminal.

Porque un mundo en el que la gente quiere ganar es un mundo que obvia que todas las personas estamos perdiendo.

Un mundo en el que creemos que lo que creemos es importante o más importante que lo que creen los demás es un mundo que no está dispuesto a escuchar.

Si no estamos en disposición de escuchar no deberíamos estar en disposición de hablar.

Porque si no lo que sucede es que utilizamos al otro para obtener un aplauso individual.

Lo que sucede es que usamos a los demás para obtener reconocimiento social.

Para obtener poder y capital de cualquier tipo.

Resulta que Internet, como el papel, lo aguanta todo.

Todo el ruido que supone estar intentando demostrar día a día que los demás se equivocan.

Que yo tengo la razón.

Cuando en realidad.

No hay nada que demostrar.