Después de 36 años de lucha el Congreso ha aprobado la Ley de la eutanasia.

Una ley que es el reconocimiento a la dignidad de los seres humanos.

A aquellos a los que no se les puede obligar a vivir cuando lo que quieren es morir.

Porque hay veces que la vida se hace inhabitable para algunas personas.

Y el dolor arranca a mordidas la esperanza.

Esa que a la que nadie puede forzarte.

A veces la vida se desprende de la propia vida y se queda enganchada en algún lugar.

Lejos de todo lo que fuiste.

Lejos de los demás.

Ese es un sitio tan íntimo que lo único que debemos hacer es escuchar a quienes están ahí.

No tenemos que entender las razones del otro: tenemos que acatar sus decisiones.

Incluso cuando esas decisiones son contrarias a las que tú tomarías.

Y es que no es tu vida: es su vida.

Algo que parece tan sencillo y que, sin embargo es tan complicado, de entender.

Querer a alguien no te hace dueño de la existencia de ese alguien.

Querer a alguien te impele a desearla en libertad.

Ese es el mínimo de todo querer.

Si tú atas a una persona que quiere irse de este planeta.

No la estás queriendo bien.

No estás pensando en ella.

Estás pensando en ti y en que no quieres perderla.

Es injusto, es incorrecto, está mal.

No podemos llenar a las personas de futuro desde nuestros presentes.

No podemos usurpar sus cuerpos.

No podemos poseerlos con nuestras ilusiones.

Lo único que tenemos es que ser generosos con los demás.

Y esa generosidad pasa ineludiblemente por una ley de la eutanasia.

Una ley que de lo que habla es de la lealtad que los seres humanos nos debemos entre nosotros.

Una ley que viene a corregir toda esa indecencia que ha supuesto prolongar el sufrimiento de las personas criminalizando a quienes pretendieron ayudarlas.

Una ley que honra a la humanidad.

Porque si vivir es un derecho.

Morir con honor también debe serlo.

Porque cualquier persona que haya tenido a su lado a alguien que queriendo marcharse tardó demasiado en hacerlo.

Que ha visto qué es retorcerse.

Que ha presenciado sus ojos.

Que ha escuchado: esto no es vida.

Que sido testigo del deterioro.

Que sabe que nada irá a mejor.

Que todo irá a peor.

Cualquier persona que realmente crea en lo que esta existencia significa.

Se alegrará de que, por fin, en este país la muerte.

Sea algo tan respetable.

Como lo es la propia vida.