Ahora cualquiera puede mandarte lo que quiera en cualquier momento.

Ya no se puede estar no disponible.

Por si no lo estás la gente se enfada, se preocupa, se busca a otra persona.

Ahora el miedo es a desaparecer.

A que se olviden de ti.

A que puedan encontrar a alguien que no ponga límites.

Que diga a todo que sí.

Ahora se ha difuminado lo personal y lo profesional.

En el mismo dispositivo recibes un mensaje de tu familia o de tu jefe.

Y te piden inmediatez.

Ahora alguien desde su sofá o esperando en la cola del banco o un segundo antes de entrar al cine te puede escribir y pedir algo.

Para esa persona son quince segundos de su tiempo en el mundo.

Nada.

Pero igual a ti te implica una hora de vida.

Quince segundos, una hora.

Y así vamos acumulando tiempo para los demás.

Tiempo que se nos quita y que no se nos devuelve.

Así vamos consumiéndonos en un cansancio crónico.

Que no se recupera.

Que da igual si podemos «descansar» en vacaciones.

Porque el agotamiento es acumulativo.

Y a los dos días de volver a currar ya estás como antes de irte.

¿Cómo no vamos a estar en la extenuación constante si es que ya jamás estamos con nosotros mismos?

Si no podemos ya desconectar de ese tsunami que es la actualidad.

Si no sabemos qué sentimos.

Si te reclaman una presencia infinita.

La forma que tenemos de estar aquí ha cambiado para siempre.

Si no estás viendo esa serie o no quieres estar en el ruido mediático.

Es como si se produjera un aislamiento.

Te quedas sin poder intervenir en las conversaciones.

En otro planeta.

La actualidad o el consumo indiscriminado de series se han convertido en una nueva forma de no hablar de lo que nos sucede.

Porque cuando estás pendiente de lo que está pasando o de entretenerte sin más.

No puedes estar pendiente de lo que te está pasando.

Si solo piensas en el acontecimiento.

En analizar el pasado.

En adelantarte al futuro.

En el enganche de los estímulos.

No puedes pensar en lo que nos acontece, en lo que importa de verdad.

Qué alivio sería que todo se fundiera.

Y tuviéramos que mirarnos primero por dentro.

Para empezar a hablar.