Decía Almudena Grandes que ella tenía superpoderes porque cuando no la elegían para hacer de angelito en el colegio le daba igual porque por la tarde llegaba a su casa y colonizaba una isla desierta, a ser la última superviviente de una civilización a punto de extinguirse o iba a bajar al centro de la Tierra.

Almudena lo que hizo fue regalarnos su superpoder utilizando las palabras.

Las palabras son capaces de ampliar los márgenes de la realidad.

Contenedoras de las emociones ajenas que, de pronto, se vuelven propias.

Son con las que contamos las historias.

Los seres humanos estamos, somos, hechos de historias.

No podemos pensarnos sin narrarnos.

Almudena, al escribir, nos dio la oportunidad de vivir más.

De vivir mejor.

Y por eso en su funeral las manos no se alzaron en puños.

Se alzaron en libros.

Las 'Edades de Lulú', 'Los aires difíciles', 'Atlas de geografía humana', 'Malena es un nombre de tango', 'Castillos de cartón'.

En señal de profundo agradecimiento.

Libros empapados de existencias que consiguen detener por un momento el vertiginoso paisaje que va desde el cordón umbilical hasta la caja de madera.

Libros que acortan el misterio insondable entre los seres humanos.

Que hacen que nos sintamos acompañados, que hacen de puente, que nos ayudan a comunicarnos, a comprendernos.

Libros que son dispositivos de empatía.

Para combatir lo infame.

Porque si algo fue Almudena Grandes con sus palabras fue infatigable.

Partisana del verbo.

Maqui en lo alto del monte.

Almudena no fue una tibia.

Y eso que con no serlo perdía.

Pero a veces tienes que perder algunas cosas para que otros ganen muchas.

Nada es eterno.

Eso está claro, es lo único claro: todo se terminará alguna vez.

Lo haremos nosotros o lo hará el mundo.

Pero mientras el mundo se termina nos quedan los lugares que Almudena nos mostró.

Esos lugares que sin ella no hubieran existido jamás.

Lugares planeta dentro del planeta.

La materia de Almudena fue antes un risco y luego será la rama de un árbol.

Igual que la de toda la vida.

Pero entre ese risco y esa rama estuvo ella que ahora ya no está.

Y que al haber escrito, al haber creado, deja al irse la posibilidad conmovida de ser descubierta o visitada una y otra vez.

La oportunidad de que alguien que nació el día que ella murió.

Dentro de algunos años.

Abra un libro y lea: "Entonces, como tantas otras veces en mi vida, grité con los labios cerrados, grité hacia dentro y hacia el mundo al mismo tiempo, grité sin mover un solo músculo de la cara pero con los músculos del alma estrujados en un puño".

Y la isla desierta, la civilización a punto de extinguirse y el centro de la Tierra.

Regresan.