Hemos desperdiciado una oportunidad única para el encuentro.

Para poder escuchar a otros que no fuéramos nosotros.

El poder compartir aunque no estuviéramos presentes.

A través de nuestras pantallas.

Las redes sociales se han convertido en un sitio en el que la gente lo único que quiere es ganar discutiendo o ganar dinero.

Un lugar en el que nadie está dispuesto a perder es un lugar en el que el pensamiento nace muerto.

En el que el debate, la reflexión, la posibilidad de aprender es imposible.

Ha sido una ocasión perdida.

Tan solo hay gente vendiendo cosas o queriendo tener la razón.

Estableciendo cada incursión pública como una batalla.

En el que el público dirime a los vencedores y vencidos.

Porque no nos engañemos: si herimos a los demás es porque hay gente mirando.

Porque además hemos aprendido a premiar el hacerlo mal.

A aplaudir la capacidad que tenemos de herir al otro.

Nuestra habilidad para desvelar rápidamente algo oculto.

Algo malo en los demás.

Un fallo.

Nos une el odio porque el odio nos hace parecer más inteligentes.

Porque las virtudes de algo las puede ver «todo» el mundo.

Pero no queremos ser «todo» el mundo.

Queremos nuestra cuota de especialidad.

Queremos ser ingeniosos todo el tiempo.

Sobresalir del ruido.

Y si para eso hay que hacer daño: se hace.

Pedimos a las personas pequeñas que se respeten y luego detrás de una pantalla deseamos la muerte.

En Internet nos burlamos de la gente como en un patio de colegio.

Diciendo cosas que jamás diríamos a la cara a nadie.

Acoso y derribo con total impunidad.

Somos incapaces de tratarnos mejor.

Incapaces de disentir con cuidado.

Incapaces de construir algo en común.

Solo queremos el poder que nos proporciona el afectar al otro.

El poder que da destruir algo.

Para que no nos destruyan a nosotros.

Qué bonito hubiera sido que pudiéramos haberlo hecho de otra manera.

Que no quisiéramos ser los más listos.

Que no nos hubiéramos subido a lomos de la herida.

Para echarle sal.

Hay muchas cosas de las que no somos responsables.

Pero de nuestras palabras, sí.

Las palabras nos pertenecen.

Cómo y para qué las usamos es una elección.

Ojalá hubiéramos elegido mejor.

Quizás la próxima vez.