Ir a la compra para preparar unas carrilleras para cuatro y nada más es relativamente fácil. La cosa se complica cuando tienes que comprar pechuga de pollo para cuatro y tener para toda la semana. Es decir, que lo que compres hoy, tiene que darte para las raciones de varios días (para eso existen los congeladores y el batch cooking).
Uno de los grandes problemas a los que nos enfrentamos hoy en día es el cálculo de las raciones alimentarias. Primero, por mera economía familiar, porque a nadie le gusta comprar de más o quedarse corto. Pero es que además afinar en las cantidades de la compra ayuda a luchar contra el desperdicio alimentario, es decir, esas peras que compraste de más y que se acaban echando a perder antes de que os las comáis.
Está muy bien eso, Pablo, pero, ve al turrón, ¿cómo calculo cuánto tengo que comprar de pollo, cuánto de carne y cuántos plátanos en esa mega compra semanal? Si gestionas un restaurante te diría que preparando comida para uno y escalando para el total de raciones que necesites. Pongamos que al hacer albóndigas usas 100 gramos de ternera picada por comensal. Si vas a preparar para cinco personas y quieres que tener para dos días distintos, necesitarás un kilo de carne picada. Es matemática sencilla, ¿no?
Lo que pasa es que en la vida real de una familia las raciones no siempre son exactamente iguales. Cada persona tiene unas necesidades dietéticas y energéticas determinadas, que van definidas según parámetros como el peso, altura o tipo de metabolismo. El adolescente deportista es una máquina de demolición cada vez que se sienta a la mesa, mientras que la abuela o los niños de cinco años comen bastante menos. Aquí la matemática que a Arazak o Dabiz Diverxo les funciona, empieza a hacer aguas. Entonces, Pablo, ¿cómo calculo cuánta carne picada necesito si pretendo tener para toda la semana? Sencillo: sentido común y experiencia.
Dicho de otra manera, no hace falta que nos compliquemos mucho la vida a la hora de calcular las raciones. Salvo casos puntuales y personas que necesitan buscar una pérdida de peso (o también ganancia del mismo), no es necesario que pesemos con báscula a todas horas lo que comemos. Las abuelas y las madres desde la noche de los tiempos han aprendido a calcular raciones a ojímetro y les ha funcionado. Saben quién se toma solo cuatro albóndigas, quién pide seis, o cuántas albóndigas tienen que poner según el tamaño de las mismas. Y en función de eso, hacen la compra semanal. Sin Internet, sin calculadoras con logaritmos neperianos y desde que el mundo es mundo lo han clavado. Así que no nos pongamos tiquismiquis con la báscula electrónica pesando alimentos y calculando calorías con la pasión de una azafata del 1,2,3.
Debemos dejarnos guiar por nuestra saciedad, y elegir acorde a ella nuestras ingestas diarias. Una vez tengamos esto claro, el proceso de compra será mucho más sencillo. Si convivimos en familia, debemos tener claro que no todos comen las mismas cantidades. Por lo que será necesario adaptar nuestra compra semanal a las necesidades de cada persona, siempre intentando conciliar las preferencias individuales con la rutina gastronómica familiar.
Consejo de abuela sabia
No calcules la comida siempre en gramos (o por kilos) a la hora de hacer la compra o te llevarás más de un disgusto. Los alimentos frescos no siempre pesan lo mismo. Hay días en los que las naranjas de mesa son pequeñas y días en los que son enormes. Y lo mismo con el pollo o los tomates, por poner dos ejemplos. Hay alimentos que es más fácil calcularlos por piezas. No sientas pudor al pedir a tu frutero cuatro manzanas en vez de un kilo. Así calcularás mejor las raciones.