La calidad literaria de Mario Vargas Llosa es indiscutible. Por eso resulta sorprendente que un autor de su calibre haya traspasado la dimensión literaria para acabar achatado en otra dimensión, simple y bajuna, como lo es la del papel couché y la de la pichula.

No hay duda de que Vargas Llosa está pagando caro su romance con Isabel Preysler, y lo pongo así, de forma grosera, porque en este caso las cosas del querer han sido tratadas igual que una mercancía. Bien mirado, esto es un detalle que no debe asombrar a Vargas Llosa cuando él mismo defiende el sistema que nos subyuga, un capitalismo feroz donde la sociedad se encuentra arraigada en la economía y donde todo tiene un precio, incluido el del corazón y sus latidos.

Con arreglo a esto, ahora toca volver al pasado, cuando el peruano tenía otro compromiso con la realidad política y formaba parte de eso que se denominó el boom, y cuyo efecto aún se deja sentir en los narradores latinoamericanos. Corría el año 1967. Con sólo dos novelas, La ciudad y los perros y La casa verde, el peruano Vargas Llosa se había convertido en la joven promesa de las letras hispanoamericanas. Uno de aquellos días de gloria se juntó con García Márquez en Lima para un encuentro público. Hablaron largo y tendido acerca de la literatura y de la vida, suponiendo que ambas cosas no sean lo mismo.

Aquella conversación perdida durante muchos años fue publicada hace poco por Alfaguara. Además del texto del diálogo, el libro se presenta con testimonios de periodistas y amigos que asistieron al acontecimiento, así como un perfil literario de García Márquez en el que Vargas Llosa desglosa los libros del colombiano, haciendo hincapié en la influencia de Faulkner. Porque si hay un autor común en todos los escritores del boom, ese es, sin duda, William Faulkner. Hay un momento en la conversación en el que García Márquez apunta que la influencia de Faulkner viene porque su poblado imaginario de Yoknapatawpha tiene orillas en el mar Caribe. Y por eso mismo, García Márquez resuelve que Faulkner es un escritor caribeño. Un cachondo.

Con todo, uno de los momentos más significativos del diálogo es cuando Vargas Llosa afirma que toda buena literatura es "irremediablemente" progresista, aunque el autor no lo sea. Pone de ejemplo a Borges, un autor reaccionario cuya obra es lo contrario a una obra reaccionaria. García Márquez señala la causa: "El autor, como creador, cuando está creando está evadiéndose de sus propias convicciones". Tal vez sea esa la razón de que una persona de derechas, como lo es Vargas Llosa, siempre acabe escribiendo novelas de izquierdas. Lo que viene a darle la razón al propio Vargas Llosa cuando afirma que, en el momento de escribir, lo que de verdad importa para un escritor no son sus convicciones, sino sus obsesiones.

Con estas cosas, esperamos muy pronto su próxima novela, una historia cargada de música criolla y otras obsesiones; un trabajo que Isabel Preysler despreció en su fase manuscrita, cuando el Nobel aún pensaba que las mujeres como ella se dejan seducir por la literatura de alta graduación.