Gorbachov vendió la Unión Soviética a precio de saldo. Dicha operación se conoció como perestroika; y vino a ser una reforma con la que se sustituyó la dictadura del proletariado por la dictadura del mercado. Fue el principio del fin de la llamada Guerra Fría; el detonante para que el Muro de Berlín cayese poco después y los fantasmas de la austeridad comunista quedasen enterrados bajo sus cascotes.

El desbarajuste económico que provocó la reforma llegó a tal punto que hasta los oficiales de la KGB tuvieron que hacer horas extra. Uno de ellos fue Putin, quien se puso a conducir un taxi por las calles de Moscú, a lo que saliese. En una de esas cogió a un poeta ruso y maldito que firmaba como Limónov, un tipo con pintas punkis que acababa de llegar del extranjero. Llevaba más de una docena de años sin aparecer por su país y apenas cruzaron palabras.

Por el retrovisor del taxi, Putin calibró a un tipo que olía a enemigo. Su olfato nunca le falló y, con los años, las posiciones entre ellos se fueron concretando. Putin acabó tan cerca del gobierno que en poco tiempo sería presidente. Mientras tanto, Limónov iba y venía de Rusia a los Balcanes, buscando zonas calientes para foguearse como soldado con voluntad de héroe; un elegido por los dioses de la guerra para tomar las armas y derrocar al gobierno.

En la biografía escrita por Emmanuel Carrere, el soldado Limónov aparece tras una ametralladora, disparando a las sombras que se agitan en territorio bosnio. También aparece viviendo a cuerpo de rey en la mansión neoyorquina de un millonario donde trabaja como mayordomo y aprovecha sus ausencias para comportarse como el dueño de la casa. En una de esas invita al editor Lawrence Ferlinghetti y a su esposa a cenar. Lo cuenta en su primer libro, titulado El poeta ruso prefiere los negros grandes donde también cuenta cómo se dejó sodomizar por un negro al que conoció una noche de bronca por Central Park.

De vuelta a Rusia, con ganas de seguir la marcha, Limónov monta un partido político rojipardo donde también está, en un primer momento, el ajedrecista Kasparov. Se trata de una organización política de discurso populista, un partido sin linea clara ni rumbo fijo donde fascismo, nazismo, comunismo y capitalismo se combinan según encarte. El asunto no tiene mucho futuro y Kasparov abandona.

La experiencia vital de Limónov es tan intensa que se puede trazar su biografía a la par que trazamos la historia de la Europa oriental durante último cuarto de siglo XX, algo parecido a lo que ha hecho Carrère en su libro publicado por Anagrama hace ya diez años, pero que hoy se convierte en actualidad debido a la guerra que se está librando en el mismo territorio donde Limónov se emborrachaba con su pandilla de amigos, siguiendo el curso del Zapoi, que en ruso viene a ser algo así como perderse, ir a la deriva, pasar varios días borracho, vagar sin rumbo, subir a trenes sin saber dónde van; asesinar, robar, delinquir para después olvidarse de todo.

Bien mirado, Zapoi es una manera de hacer la guerra en tiempo de paz, lo más parecido al derrotero que llevan los dirigentes políticos -de un lado y de otro- en el conflicto bélico desarrollado en Ucrania y que pronto cumplirá un año desde que se ha hecho oficial. El libro de Carrère acerca de Limónov da muchas claves para entender que esta guerra en la que estamos inmersos tiene difícil solución, pues su origen data de los tiempos en que Gorbachov mezcló el vodka con cocacola en el McDonalds's de Moscú y los fantasmas de la austeridad comunista salieron a bailar el rock.