'Patria', la exitosa novela de Fernando Aramburu -hoy convertida en telenovela- ha venido a reforzar el relato oficial de los años de plomo en Euskadi. Con todo, hay otros relatos que se han ido construyendo desde los márgenes de la lucha armada, y que nos vienen a decir que ETA no tuvo todo el protagonismo de la violencia en el País Vasco.

Un ejemplo de esto último es el libro que aquí nos ocupa, titulado 'Cherid, un sicario en las cloacas del Estado' (Garaje). Se trata de un testimonio de primera mano de la que fuera compañera sentimental del mercenario argelino Jean Pierre Cherid, criminal que formaría la columna vertebral de la lucha llamada antiterrorista a cuenta del Estado durante el periodo que se conoce como Transición.

Cuando el almirante Carrero Blanco llegó a la presidencia del gobierno franquista dio prioridad a la lucha contra ETA. Para ello, activó las cloacas del Estado con la creación del SECED, organismo institucional que serviría como matriz para el posterior CESID, creado durante el mandato de Adolfo Suárez. Al frente del SECED, el almirante Carrero Blanco puso a un hombre de confianza, el coronel San Martín, para que diseñase el plan de guerra sucia contra ETA. Como no querían implicar a funcionarios españoles de un modo directo, reclutaron mercenarios de la ultraderecha italiana junto a antiguos miembros de la OAS argelina, entre los que se encontraba Cherid.

Se reunían en una pizzería de Madrid, de la calle Marqués de Leganés llamada L'Appuntamento. Entre platos de espagueti y postres de tiramisú, se proyectaban acciones contra la amenaza roja. Lo que sucedió después se ha contado poco. Porque, cuando el coche oficial que conducía a Carrero Blanco hasta la iglesia voló por los aires con el almirante dentro, empezó la espiral de venganza. El primero en caer por parte abertzale fue Argala con una bomba colocada en su coche.

Ocurrió en la localidad de Anglet, en el País Vasco Francés. Diciembre de 1978.

Pero dos años antes, los mercenarios del Estado ya se habían dado a conocer en Montejurra, cuando los seguidores de Carlos Hugo de Borbón se enfrentaron a los seguidores de Sixto de Borbón en un altercado demencial, pues Carlos Hugo y Sixto eran dos hermanos que luchaban por el trono carlista. Aquel enfrentamiento, que se saldó con dos cadáveres y varios heridos, sirvió de presentación en sociedad, de puesta de largo, de los mercenarios que trabajaban a cuenta del Estado.

En el año 1977, con la matanza de abogados en el despacho de la calle Atocha, vuelven a resurgir los ecos de la conexión del crimen con las cloacas del Estado. Algunos medios como la revista Interviú señalan a la pandilla de asesinos ultras que se reunían en la pizzería de la calle Marqués de Leganés. El libro de Cherid nos da muchas pistas sobre los principios de una guerra tan sucia que hasta hubo quienes se beneficiaron de la misma.

Con el transcurrir de los años, y la llegada de Felipe González al gobierno, las cloacas se fueron ensanchando. La herencia recibida no fue rechazada, en todo caso se recogió y se puso a plazo fijo, rindiendo un interés que benefició a la cúpula de un gobierno con las manos mojadas en sangre. Lo que sucedió con Felipe González fue lo que sucede en estos casos, que hubo una remodelación de plantilla en lo que se refiere a los verdugos. Si con Carrero Blanco y con Adolfo Suárez se andaba con cuidado a la hora de no implicar directamente a funcionarios en la guerra sucia, con Felipe González ocurrió lo contrario.

El caso de los funcionarios de policía Amedo y Domínguez es un siniestro ejemplo. Dos fulanos con placa y pistola que se pavoneaban de luchar contra ETA con sus mismas armas. En este caso, la reestructuración de plantilla se llevó a cabo quitando del medio a Cherid, que cayó en la trampa montada por los mismos que antaño habían contratado sus servicios. Una bomba sin concesiones que reventó en pedazos al mercenario argelino.

Por estas cosas, el libro que aquí traemos es importante. No sólo porque aclara las conexiones entre el Estado y la ultraderecha, sino porque presenta un relato que consigue que el relato oficial caiga por su peso de plomo.