A diferencia de la canción del verano, la novela del verano perdura más tiempo en el imaginario colectivo. Sólo recordar lo que significó el verano deLa sombra del viento, la historia de Daniel Sempere ocurrida en la Barcelona de posguerra con su Cementerio de Libros Olvidados.

A principios de este siglo, Carlos Ruiz Zafón brilló durante más de un verano con una novela mágica que conectó con el espíritu de su tiempo. Pasó lo mismo que con Michael Ende y la maravillosa historia de Bastián; un viaje fantástico para comprender el mundo real.La historia interminable fue otra novela de un verano que duró muchos veranos. Y en ese plan, llegó El nombre de la rosa de Umberto Eco.

Siguiendo el buen tiempo apareció La fiesta del chivo de Vargas Llosa, dispuesta a inundar las playas. Algo parecido ocurrió también con Las edades de Lulú, la novela erótica de Almudena Grandes que triunfó durante el verano del amor del año 1989. Lo que vengo a decir es que hay novelas de verano para todos los gustos; pasa como con los helados y con los calcetines.

Con todo, si tenemos que proclamar la novela de este verano, esa ha sido, sin duda, Los destrozos de Bret Easton Ellis (Random House), una historia absorbente; un cruce de géneros entre el thriller y el relato de serie B con guiños al mundo pijo. Para entendernos: como si Scott Fitzgerald se pusiese unos vaqueros de Armani robados de un tendedero con vistas a la mansión de Stephen King. Algo así.

Porque en Los destrozos, Easton Ellis consigue hacerte creer que lo que pasa es tan real que dices: "No puede ser que lo que esté leyendo sea una novela". Capote fue el primero que consiguió lo mismo pero al revés con su reportaje A sangre fría, cuya estructura cruzaba recursos de la novela con los del periodismo. A partir del trabajo de Capote, cambiaría la manera de contar historias.

Easton Ellis viene de esa misma escuela y la pone patas arriba. Porque lo que ha hecho Easton Ellis con su novela ha sido culminar en ella todas sus novelas anteriores, empezando por Lunar Park, donde nos encontramos al mismo Ellis de protagonista a tiempo real. Sin embargo, en Los destrozos, el escritor aparece en sus tiempos universitarios; un chico enfermo de literatura que convierte el sueño americano en pesadilla mientras lee a Stephen King y a Joan Didion, autores que pone a dialogar en una trama donde un asesino en serie se deleita presentando a sus víctimas como si fueran platos de cocina creativa.

Bret Easton Ellis sigue siendo el narrador con más talento de toda una generación que creció entre cajas de cereales Kellogs, anuncios de Cocacola y calabazas de Hallowen con la risa floja. Una generación de hombres y mujeres que fumaron marihuana antes de tiempo y que terminaría disparada por obra y gracia de las pastillas de colores. Una generación vacía, donde las marcas de ropa son el valor de cambio y también la frontera entre unas clases y otras; una generación degenerada que añade un nuevo valor al valor de cambio: el valor de moda; el valor temporal que todo lo desvaloriza.

Bret Easton Ellis consigue mostrar esto, dejando en el aire suspendida una crítica que llega más allá que cualquier otra crítica al capitalismo. Porque Easton Ellis critica la miseria que se esconde en el corazón de la riqueza. Por estas cosas, Los destrozos ha sido, sin duda, la novela del verano y la mejor de todas las novelas escritas por Bret Easton Ellis.