Las colas del hambre recorren Europa. Los comedores sociales no dan abasto. Los salarios son mínimos y más de un tercio de la población está en riesgo de pobreza. La cosa pinta chungo. Es lo que hay aunque las televisiones no lo saquen. Porque el sistema neoliberal sólo funciona para una minoría exclusiva de la que forma parte la clase política que se pone a su servicio. Siempre ha sido así.

Leo la colosal biografía de Jim Thompson, el autor de novela negra que escribía desde el marxismo. Se titula Arte Salvaje, viene escrita por Robert Polito y ha sido publicada por EsPop, una de las editoriales excluidas este año de la Feria del Libro de Madrid. El asunto tiene guasa, pues el nuevo reglamento de la Feria dice que para poder tener presencia en la misma hay que tener un número de títulos en catálogo, aunque los títulos sean para irse de vareta. Parece ser que en la Feria del Libro de Madrid da igual la calidad de los libros que se mueven. Lo importante es el criterio cuantitativo. Dicho esto, ahora volvamos a Jim Thompson, el autor que dormía en las cunetas, en los trenes de carbón, en los albergues de beneficencia, acurrucado sobre los adoquines y cubierto por hojas de periódico para protegerse del frío.

Cuenta cómo una vez que estaba durmiendo en un albergue, un tullido le metió la contera de su muleta en la boca. También cuenta otras cosas que no vamos a desvelar aquí. Tan sólo vamos a adelantar que Thompson sufrió el impacto del crac del 29 en su propio pellejo. Su estilo seco, la dureza de sus relatos, fueron el efecto de una vida miserable. Pero nunca se derrotó. Siguió luchando, escribiendo, emborrachándose y vomitando sobre las cunetas. Siguió en pie tras cada delirio alcohólico. Fue vagabundo, trabajó el turno de noche en hoteles de mala muerte. También fue mano de obra de lo más tirado en pozos petrolíferos. Conoció el sabor amargo del desprecio revuelto con el agua sucia del café. Y también conoció el amor.

Hoy, sus novelas siguen vivas. Todas o casi todas han sido trasladadas a la gran pantalla. Tal vez la más famosa sea La huida, llevada al cine por Peckinpah, la película donde Steve McQueen y Ali MacGraw se enrollaron. El cine fue para Thompson un medio de subsistir, una manera de ganar dinero escribiendo guiones, es decir, libros de instrucciones para el director y los actores. Con todo, los guiones de Thompson son obras de arte. Atraco perfecto y Senderos de gloria de Kubrick son el ejemplo. Piezas maestras.

La vida de Thompson fue un continuo tobogán de subidas y bajadas, de vértigo y pobreza, de dinero gastado a manos llenas, de alcoholismo e infidelidades. Al final de su vida apenas escribía. Era un perdedor como cualquiera de los personajes de sus libros. Consiguió un papel en la película Adiós muñeca, la adaptación de la novela de Raymond Chandler y con eso tiró hasta el final de su perra vida. La muerte vino en su ayuda poco después, tal y como hubiese apuntado él mismo con ese estilo bronco que le caracterizaba.

"Hay 32 maneras de escribir una historia y yo las he usado todas, pero solo hay una trama: las cosas no son lo que parecen", dejó dicho en algún sitio. Nunca alguien ha explicado mejor de qué va esto de escribir historias. Tal vez tanta lucidez le viniese a Thompson porque las pasó putas y fue una víctima más de este sistema que condena a la gente al hambre. Con estas cosas, la biografía de

Thompson se hace dura de masticar. No apta para estómagos sensibles. Por eso viene publicada en castellano por una editorial que está fuera del juego sucio del mercado. Tomen nota.