Hubo un tiempo en el que Andrés Trapiello formó parte de la Santísima Trinidad de la Vanguardia Madrileña. Los otros dos integrantes fueron Quico Rivas y Juan Manuel Bonet. Estamos hablando de mediados de los setenta, cuando se trabajaban fanzines de buen gusto como Arte Facto donde el significado de orden estético se identificaba con el pop art y con el underground.

El apego a la tipografía y el trabajo editorial por lo fino eran las armas con las que se presentaban estos tres mosqueteros por el Madrid de entonces. Luego fueron separando sus caminos, cada uno tiró para un lado según su querencia vital. Quico Rivas siguió poniendo su ojo en la expresión plástica, escribiendo sobre arte y artistas, levantándose a pintar los domingos. Así estuvo hasta que falleció hace más de diez años. Por otro lado, Bonet anduvo dirigiendo el Instituto Cervantes. Cabe apuntar aquí, el colosal trabajo de Bonet como estudioso de las vanguardias en España, investigando a fondo toda una relación de artistas que cristalizó en su Diccionario de las Vanguardias (Alianza).

Ahora vamos con Trapiello. Porque su nombre siempre ha sido sinónimo de bellas ediciones. Gracias a su trabajo de recuperación bibliográfica, hemos conocido a autores que quedaron enterrados bajo los escombros de la guerra civil. Tal vez el caso más significativo sea el de Pedro Luis de Gálvez, autor bohemio de vida dispersa que combinaba la pluma y el sablazo a partes desiguales.

Con todo, el exquisito trabajo editorial de Trapiello se ha visto ennegrecido por su posición política, un viraje de tendencia reaccionaria que no disimula. El otro día le pudimos ver en Colón, subido al estrado rojigualda que le puso el fascismo de botijo, declamando un discurso con el mismo tono de un general de los de antes, quiero decir de los de Franco. Entre banderas nacionales e ideas fijas, Trapiello se desató ante miles de personas, "por coherencia y por utilidad pública", llamando golpistas catalanes a unos tipos que defendieron la consulta popular.

Llegados aquí, yo me pregunto: ¿Desde cuándo los golpes de Estado se dan con urnas? No será que, para Trapiello, cualquier cosa es un golpe de Estado menos los golpes de Estado. Pero ya sabemos lo que ocurre con un verdadero golpe de Estado; por hacerlo más suave se le cambia de nombre y las personas como Trapiello lo acaban denominando Alzamiento Nacional.

Entre unas cosas y otras, Trapiello es de los que piensan que la Vía Láctea pertenece a España, de la misma manera que a España pertenece el Camino de Santiago. Por lo dicho, y siguiendo la lógica del nacionalismo hispano, para Trapiello, Catalunya pertenece a España. A una España Grande y Libre, donde la grandeza territorial se constituye con la libertad de mercado y que, cuando entra en crisis, saca su fascismo de paseo. Las armas y las letras.

Por eso, Trapiello pide que no se indulte a unas personas que han estado en la cárcel sufriendo el encierro, víctimas de una condena desmedida. La gente que piensa como Trapiello es sumamente peligrosa, pues su nacionalismo tan español necesita un reflejo especular al que enfrentarse, y ese reflejo está en el nacionalismo catalán. Lejos de buscar la concordia, Trapiello busca un enemigo y lo hace crecer, para cargarse de razón con la que atacar.

Una pena lo de Trapiello. De formar parte de la Santísima Trinidad de la Vanguardia a formar parte del fascismo de botijo hay todo un viaje que él mismo ha hecho con gusto. ¿Cómo puede acabar así un amante de los libros? Mientras esperamos la respuesta que nos ilumine, en la Cañada Real siguen sin luz.