Manual de resistencia. Es el libro que publicó Pedro Sánchez. No está mal traído el título. En la RAE, la definición de resistir tiene varias acepciones. La primera: tolerar, aguantar o sufrir. La segunda: combatir las pasiones, los deseos.
En eso está Sánchez. En aguantar con el hemiciclo más fragmentado de la historia. Lleno de pasiones y deseos de unos y de otros, incluidos los suyos. Las cifras de su mandato nos dan pistas de lo que le está costando sobrevivir. Es Presidente del Gobierno desde junio de 2018. Un año y medio del cual lleva diez meses ejerciendo el cargo en funciones. Diez largos meses. Llegó a Moncloa ganando una moción de censura pero ha perdido los dos debates de investidura a los que se ha presentado. Nunca ha conseguido la confianza de la Cámara baja. Ha perdido cuatro votaciones para intentar ser reelegido Presidente del Gobierno. Desde el Gobierno y desde el PSOE insisten en trasladar que no habrá otra investidura fallida. Sólo acudirá al Congreso para salir del hemiciclo como Presidente investido. Se acabaron las investiduras fallidas. Tres ya serían demasiadas.
Resistir no siempre es fácil. Intentar contentar a diez partidos políticos para seguir siendo Presidente, tampoco. Cerrar diez acuerdos diferentes sin que entre ellos colisionen precisa, además de resistencia, una gran destreza acrobática. Sobre todo si uno de ellos es ERC. Un partido en una constante lucha por la bandera del independentismo.
De ahí que vemos al Gobierno de Sánchez no solo resistiendo, también haciendo el doble salto mortal con triple giro cada semana y, a veces, cada día. Veamos varios ejemplos.
Torra no era un interlocutor válido para Sánchez en octubre. Hasta hoy. Ahora, en diciembre, sí lo es. En plena campaña electoral, con Barcelona incendiada por los CDR, el Presidente del Gobierno en funciones se negó a coger el teléfono al President de la Generalitat. El líder decía que Torra debía condenar la violencia y que, además, tenía que abrir un diálogo con todas las fuerzas políticas que representan a todos los catalanes. Torra ya manifestó en público que el movimiento independentista siempre ha luchado contra todas las violencias. Pero eso no fue suficiente para Sánchez.
Que sepamos, desde ese día, Torra no ha condenado la violencia de otra manera más contundente ni tampoco ha abierto una mesa de diálogo con los partidos del Parlamento catalán. Pero ahora Sánchez sí hablará con él. ¿Qué ha pasado entonces? Simplemente que ya no hay unas elecciones a la vista. Ahora hay una investidura que superar, una realidad parlamentaria muy cruda y unas negociaciones con ERC demasiado complicadas. Pedro Sánchez se ha cansado de decir que no quería un Gobierno que dependiera de los independentistas pero justamente se encuentra ahí, negociando con ellos para permanecer.
Moncloa disfraza el fin del cordón sanitario a Torra anunciando conversaciones con todos los Presidentes autonómicos. Sánchez se verá incluso con el Presidente de la Federación de Municipios, el socialista Abel Caballero. Como si la investidura también dependiera de él. De rondas sabemos un rato. Ya hubo una en pleno agosto. Con Asociaciones de la Sociedad Civil. Todos los días a todas horas durante varias semanas. Y aquello ya saben como acabó. Con una repetición electoral.
Primero fue con Unidas Podemos, después con ERC y ahora el PSOE también ha tenido que hacer otra gran actuación acrobática con Bildu y Vox. Dijeron por activa y por pasiva que nunca hablarían con ellos. Sobre ambos partidos tejieron otro veto que ahora se levanta. Ambos partidos serán llamados para participar en la ronda de contactos para la investidura. La estrategia pasa por hablar con todos y cada uno de los partidos sin hacer ya distinciones entre buenos y malos. Es la manera que han encontrado de poner el foco en todos y no solo en las negociaciones con ERC. La idea es proteger el pacto para que el pacto salga.
Tanta pirueta acaba convirtiendo la política en un permanente acto de funambulismo. Demasiado tiempo haciendo equilibrios en el alambre. Sánchez ha ganado las dos últimas elecciones y él es el único candidato con posibilidades de ganar una investidura. Pero eso ya no es garantía de éxito. Ha tenido que tragarse casi todas las palabras que él mismo pronunció hace menos de dos meses. Lo que antes no valía ahora puede salvarle. La prueba de que vivimos en una anomalía constante que ha venido para quedarse. Ya va siendo hora de que los políticos aprendan a no decir nada de lo que más pronto que tarde tengan que arrepentirse. Vivimos en tiempos en que lo más imposible, acaba pasando.