Traje gris barato, gafas excesivamente grandes, calcetines excesivamente cortos y siempre mal combinados y mocasines de mercadillo. Era 1993 y Manuel Charlín Gama –fallecido el pasado 31 de diciembre a los 89 años– hacía todo lo posible por pasar inadvertido entre el medio centenar de procesados que se sentaban en el banquillo de la sala especial habilitada por la Audiencia Nacional en la Casa de Campo. Me fijaba en él a diario, entre fascinado y sorprendido por el aspecto del que, según el fiscal Javier Zaragoza y el juez Baltasar Garzón, era uno de los más grandes capos de las rías gallegas. De pequeña estatura, parecía aún más menudo al lado del que fue durante casi todas las sesiones su compañero de bancada, Hernando Gómez Ayala, un tipo cuyo aspecto respondía exactamente al que exigía su ocupación, la de sicario. Las pequeñas y regordetas manos de Charlín contrastaban con las extremidades del colombiano, grandes como palos y con unas muñecas en las que era complicado encajar los grilletes.

Su declaración ante el tribunal ahondó aún más en el personaje que Charlín construyó para la ocasión: un gañán que sólo sabía de conservas de pescado –su actividad legal–, incapaz de ser el patriarca de nada y que no tenía el control ni de sus hijos. Bordó la interpretación porque el tribunal lo absolvió y 'el viejo' –ya entonces era conocido con ese apodo– regresó a sus negocios, aunque por poco tiempo.

La Brigada Central de Estupefacientes nunca dejó de tener a Charlín y a su familia en el radar. El fiasco de la macrooperación del juez Garzón no otorgó la impunidad a los absueltos, pero a las rías regresó la versión gallega de la omertá, la ley del silencio. Cambados, Vilagarcía, Vilanova y O Grove volvieron a ser lugares donde se hablaba de droga en susurros y nunca con extraños, así que la Policía y los jueces apretaron el acelerador para lograr levantar sólidos edificios acusatorios contra los grandes capos que esquivaron las condenas de la Operación Nécora y la mejor forma era buscar colaboradores dentro de los clanes.

Os Caneos, uno de los grupos de transportistas más fieles al viejo Charlín, fue desarticulado en una operación policial. Su líder, Manuel Baulo Trigo, decidió hablar y contar los secretos de los Charlines. Su hijo Daniel Baulo, exnovio de Yolanda, una de las hijas de Manuel Charlín, también se prestó a colaborar con la justicia. El 12 de septiembre de 1994, dos pistoleros irrumpieron en casa de Manuel Baulo y lo asesinaron a tiros. Su mujer, Carmen Carballo, recibió un disparo en la boca que la dejó postrada en una silla de ruedas hasta su muerte, en 2013. Hernando Gómez Ayala, el fiel compañero de banquillo de Manuel Charlín, fue detenido y condenado por el crimen, junto a tres jóvenes colombianos, los que acudieron a casa del delator. Gómez Ayala se comió su condena de 33 años a pulso, sin revelar jamás quién lo contrató.

Mientras, la estrella del viejo Charín fue languideciendo con cada golpe que le asestaba la Policía y el Servicio de Vigilancia Aduanera. Pasó más de 20 años en la cárcel, toda su familia pasó por prisión en distintas etapas, la justicia le intervino casi todo su patrimonio y dejó de tener crédito ante las organizaciones colombianas. La mejor prueba de la irrelevancia en la que había caído Manuel Charlín fue el suceso ocurrido en abril de 2018: dos hombres con los rostros cubiertos con pasamontañas dieron una paliza al otrora poderoso narco y a su hijo Melchor en su propia casa. Treinta años atrás, nadie se habría atrevido.