"Los terroristas matan a ciegas. Salvaremos los nombres, recordaremos las caras". Emmanuel Macron pronunció estas palabras el pasado 11 de marzo –Día Europeo de las víctimas del terrorismo– en París. El presidente galo, acompañado de los reyes de España, honraba así la memoria de los cientos de muertos franceses que ha provocado el yihadismo. Francia tiene una larga y férrea tradición a la hora de homenajear a sus víctimas, algo impensable en España. La memoria de los 192 muertos que provocaron los asesinos del 11 de marzo de 2004 se ultrajó y se difuminó entre las mentiras y los intereses partidistas: hasta hace bien poco, ni siquiera había unanimidad entre las asociaciones de víctimas para rendir tributo a los fallecidos; la tumba del geo Francisco Javier Torronteras –muerto en la explosión que acabó con la vida de los componentes de la célula que atentó en Madrid– fue profanada sin que nadie haya pagado aún por ello; y aún hoy se difunden a través de las redes teorías conspiranoicas para justificar lo injustificable.

Hace tres años, el terrorismo yihadista dio su segundo mayor zarpazo en España. El 17 de agosto de 2017, dieciséis personas murieron en Barcelona y Cambrils (Tarragona) asesinadas por una célula local adoctrinada por un siniestro imán, que hizo el más que habitual recorrido de traficante de drogas a líder terrorista, pasando por confidente de los servicios secretos. Las víctimas de Cataluña tuvieron la desgracia de morir asesinadas en pleno delirio independentista. Los líderes nacionalistas catalanes convirtieron el merecido homenaje a los muertos en una performance más de su reivindicación y las muestras de dolor se vieron salpicadas de amarillo desde el primer día.

Hoy, tres años después de los atentados de Cataluña, Barcelona recordará a sus víctimas con un sencillo acto. Memoria, dignidad y justicia para ellas y para todas las demás. Que la política y sus bastardos intereses no borren sus nombres ni sus caras.