En estos últimos días, por muchos rincones de España se ha conmemorado lo ocurrido hace casi dos mil años en la provincia romana de Judea. Allí, el Sanedrín –un grupo de rabinos que hacía las veces de tribunal– denunció a Jesús de Nazaret ante la autoridad romana, personificada en el prefecto Poncio Pilatos. Lo ocurrido después supuso el arranque de lo que hoy llamamos civilización occidental, por mucho que los asalta conventos de la nueva era se empeñen en negarlo e incluso se sientan ofendidos por las procesiones de estos días, un síntoma más de la idiotez reinante.

Corren tiempos en los que muchos sueñan con formar parte de un sanedrín para poder impartir su particular justicia. Llevar las puñetas de juez exige años de estudio y sacrificio, así que los aspirantes al sanedrín han encontrado en las redes sociales y en los medios de comunicación una vía fácil para dar salida a su furor juzgador. Las últimas víctimas –hace apenas unas horas– han sido Pablo Iglesias e Irene Montero. A ella se le ocurrió publicar una foto en Instagram de un momento privado y "las redes ardieron" porque unos cuantos ociosos escrutaron la imagen con mirada forense y lanzaron la idea, sin más pruebas que su torticera mirada, de que sobre la mesa que se veía en la foto había una raya de cocaína. Les confieso que ni siquiera me he molestado en mirar con detenimiento la imagen, porque me da igual lo que Iglesias y Montero hagan en su tiempo libre. Lo que me preocupa y me alarma es lo que hacen mientras están trabajando.

Pablo Echenique, persona afín y cercana a Iglesias, ha pasado unos días ingresado en un hospital, aquejado de una neumonía. "Las redes ardieron" cuando se supo que el líder de Unidas Podemos había sido tratado en un centro sanitario de gestión privada. Los aspirantes al sanedrín se lanzaron a la yugular del político por haber sido atendido en un hospital con un modelo de administración denostado por la izquierda. Como si el juramento hipocrático hablase en alguna parte de las ideologías de los pacientes o como si Echenique ni pudiese acudir donde le saliese de la minga.

Echenique fue, precisamente, uno de los políticos que con mayor encono quiso emplumar y cubrir de brea en una plaza pública a los tardíos adolescentes con picores del colegio mayor Elías Ahuja. Para el líder de Unidas Podemos, aquellos cánticos poco imaginativos y de mal gusto de los colegiales, a los que tildó de "cachorros neonazis", eran una "performance de terror sexual". No fue el único que los convirtió en violadores potenciales y en futuros componentes de alguna manada de depredadores sexuales. El presidente del Gobierno puso el gesto de las grandes ocasiones, dijo que no se podían tolerar estos comportamientos que "generan odio", "las redes ardieron" y hasta los medios de comunicación convirtieron en argumento informativo el asunto por el mero hecho de que existía un vídeo en el que se oían las perlas dedicadas a las residentes en el colegio Santa Mónica. Hace pocos días, la Fiscalía anunció que archivaba la denuncia del Movimiento contra la Intolerancia porque, entre otras cosas, ni las colegialas a las que iban destinadas los gritos de los cerriles alumnos se sintieron ofendidas. Y, mucho menos, los promotores de las proclamas habían cometido un delito de odio. Pero el sanedrín de las redes y los medios ya dictaron sentencia.

Ana Obregón ha decidido hacer caja con su hija-nietaexclusivas mediante– y se ha convertido en sparring de todos estos juzgadores, que adoctrinan desde las redes y los platós de televisión sobre lo que está bien y lo que está mal, sobrecómo llevar el duelo de la pérdida de un hijoy sobre las distintas vías para ser madre. Yo, sinceramente, como en tantas otras cosas, no tengo una opinión sobre el tema y, visto lo visto y oído lo oído, espero que de un momento a otro alguien baje de las redes o de algún plató con unas renovadas tablas de la ley en las que se especifiquen todos los nuevos mandamientos: qué puede hacer una mujer con su cuerpo y, sobre todo, qué mujeres pueden hacerlo.

"Las redes han ardido" hace bien poco de nuevo con un gag de mal gusto de TV3, queridiculizaba a la Virgen del Rocío y a Andalucía. La televisión autonómica catalana –a excepción de los genios de Polònia– se caracteriza por ser irreverentes con todo menos con ellos mismos y su establishment, que da, sinceramente, para muchas risas. Soy de los que piensa –aquí sí tengo una firme opinión– que la ofensa de los sentimientos religiosos debería desaparecer del Código Penal, pero también creo que desde los Monty Python con su Brian nadie ha hecho humor inteligente riéndose de la religión y los que lo intentan son chuscos y zafios.

Una empresa privada, Nike, decide utilizar a un transexual para promocionar ropa deportiva femenina y "arden las redes" indignadas por la elección de la multinacional; unos policías van a hacer una detención y tienen que reducir a tiros a unos perros dispuestos a morderlos y "arden las redes" explicando a los agentes cómo hacer su trabajo;Nico Williams falla un par de goles en una eliminatoria copera y "arden las redes" enseñando a jugar al fútbol al delantero del Athletic… Podría seguir hasta aburrirlos, así que mejor me despido con un deseo post Pascua: que las redes ardan de verdad de una puñetera vez y en esa enorme pira ardan todos esos estúpidos aspirantes al sanedrín y todos los que las convierten en principal argumento informativo.