Ocurrió hace unas semanas en la Cañada Real, una enorme orilla de Madrid en la que miseria y delincuencia conviven desde hace ya demasiado tiempo. El propietario de un bar se atrincheró, ante la amenaza cierta de que las excavadoras tirarían abajo su negocio. Para dar mayor credibilidad a su atrincheramiento, aseguró que tenía escondidos a un par de niños y demostró a su audiencia que tiraba con fuego real efectuando un par de disparos con una escopeta de caza.

La cosa parecía ir en serio, así que se movilizó a los negociadores. Son dos agentes de la Jefatura Superior de Policía de Madrid que adquirieron tal condición después de superar un exigente curso en el que durmieron poco y resolvieron unas cuantas situaciones críticas con no muchos más medios que un bolígrafo, un papel y enormes dosis de ingenio.

El hostelero cabreado no puso las cosas fáciles. En los primeros minutos parecía querer llevarse por delante a todo el que se acercase al negocio, especialmente si vestía el uniforme de la Policía Municipal, el cuerpo que intentó desalojarlo. La sola visión de un uniforme de los locales hacía el mismo efecto que el queroseno en un incendio. Así que la primera decisión de los negociadores fue sacar del escenario a los municipales, que el atrincherado los viese desfilar. Fuera municipales, fuera queroseno y las revoluciones bajando.

Los negociadores escucharon la vida y milagros del dueño del bar de la Cañada Real. La conspiración urdida en los juzgados para dejarle sin forma de ganarse la vida, sus idas y venidas a los juzgados... Le dejaban hablar y a medida que desgranaba su historia, iba perdiendo fuelle y su agresividad descendía. Aparecieron los geos, se apostaron en las inmediaciones y buscaron buena línea de tiro por si la cosa se complicaba. Mientras, los negociadores a lo suyo: venga, salga con el arma a la vista, los brazos en alto, que nosotros ya hemos cumplido, ya se han ido los de la excavadora, ahora le toca a usted, le traemos al juez si hace falta, nos tiene que dar tiempo, que eso no se consigue fácilmente, que la jueza de guardia dice que no viene si hay armas, ¿le hace falta algo?, ¿un cigarrito?, tiene que decirnos dónde están esos niños, qu se va a meter en un problema mayor, se hace tarde y juega el Madrid y seguro que usted también quiere verlo...

Manso como un cordero, esposado de rodillas, frente a su bar y con un geo y un negociador a los lados. Así acabó todo. No había niños escondidos. No hubo heridos y sí mucho oficio de los negociadores.