La operación Titella (marioneta en catalán) no se llamaba así en sus inicios. Ni uno solo de los investigadores de la Unidad Orgánica de Policía Judicial de Barcelona ni de la UDEF de la Jefatura Superior de Policía de Madrid pensaba que las pesquisas iniciadas tras las denuncias de Abanca y de ING acabarían con el creador de Rockefeller detenido. La investigación comenzó en 2017 con las denuncias de esas dos entidades bancarias: habían concedido unos créditos a unas empresas y el dinero se había evaporado en una maraña de sociedades mercantiles.

Desde ese día hasta que el GOIT reventó la habitación del pánico de Moreno y la caja fuerte de su casa de Boadilla del Monte (Madrid) han pasado casi cuatro años y miles de horas de trabajo concienzudo y riguroso de la Policía y la Guardia Civil, que han analizado centenares de cuentas, han solicitado decenas de informes a la Agencia Tributaria y, en última instancia, han puesto al descubierto una gigantesca trama empresarial dedicada única y exclusivamente a cometer delitos. Y al frente de ella, entre otros, estaba José Luis Moreno.

El rigor de los investigadores contrasta con los largos viajes que han hecho algunos estos días: si Moreno estuvo a punto de morir en 2007 a manos de la banda del sanguinario ladrón albanés Bushi sería por sus oscuros manejos. Cada día aparecen exempleados del productor que denuncian turbias prácticas, deudas, acoso laboral… La habitación del pánico servía para almacenar grabaciones comprometidas de las fiestas que Moreno organizaba en su mansión, como si el ventrílocuo fuese una especie de aprendiz de Villarejo.

No hay nada de eso en la operación Titella: ni aparece Bushi y su banda, ni se han recogido testimonios de exempleados agraviados, ni la Policía se llevó dispositivos de almacenamiento con grabaciones comprometedoras. De hecho, ni siquiera hay cámaras de seguridad en las zonas privadas de la casa. La operación Titella sí ha servido para desarticular una red enorme y compleja, compuesta por personas conocedoras del sistema financiero y sus agujeros –entre los detenidos hay un notario y unos cuantos directores de sucursales bancarias, cómplices necesarios para llevar a cabo las estafas– y dedicada a la estafa. El nombre de Moreno y sus grandilocuentes maneras –montaba platós de pega y ruedas de prensa en las que los periodistas eran figurantes contratados– eran el cebo perfecto para que picasen bancos y particulares, a los que el productor y los suyos vendían enormes proyectos que, en realidad, no eran más que humo, un carísimo humo.

Los contactos de Moreno en el mundo del espectáculo también arrastraron a un buen número de celebridades, que se convirtieron en señuelos involuntarios. Siempre he oído a los buenos estafadores decir que para hacer grandes estafas hay que pensar a lo grande. José Luis Moreno siempre lo hacía.