Los investigadores, en especial los de homicidios, son gente pesimista. Convivir a diario con el horror y con lo peor del ser humano no ayuda mucho a crear una cantera de optimistas. Por eso me sorprendió tanto la última conversación que mantuve con uno de los responsables de la investigación del asesinato de Anna y Olivia. Nos vimos en una dársena del puerto de Santa Cruz de Tenerife, donde el Ángeles Alvariño estaba atracado debido al mal tiempo en la zona de búsqueda. El oficial de la Guardia Civil, tan educado como hermético, volvió a dedicar palabras de elogio a los tripulantes del buque del Instituto Oceanográfico. Para él es un milagro que el barco hallase el cuerpo sin vida de Olivia a más de mil metros de profundidad, un milagro obrado por los marineros, técnicos y científicos del Ángeles Alvariño.

"¿Encontrarán a Tomás o lo que quede de él?", le pregunté en un tono de poca esperanza.

"Seguro que sí, tenemos nuevas zonas de búsqueda y vamos encontrando cosas", me dijo con una musicalidad en la voz inusualmente optimista en alguien dedicado a lidiar con lo más dañino de la sociedad.

En ese instante ningún medio sabía –él tampoco me lo dijo en ese momento– que en las horas inmediatamente anteriores el barco había hallado dos pequeñas botellas de oxígeno pertenecientes a Tomás. La noticia la adelantó veinticuatro horas más tarde el periodista de la Televisión Canaria Antonio Herrero.

El optimismo del oficial de la Guardia Civil tiene una base racional –el hallazgo de las dos botellas se produjo en la zona que está rastreando el barco con insistencia, lo que indica que están buscando en el lugar adecuado–, pero creo que hay una parte de su positivismo que tiene mucho más que ver con las emociones.

La Unidad Orgánica de Policía Judicial de la Comandancia de Tenerife se ha implicado hasta el tuétano en el caso y tiene un compromiso personal con Beatriz Zimmerman, la madre de las pequeñas. Ninguno de los participantes en la investigación quiere que la herida provocada por Tomás Gimeno siga sangrando eternamente; ninguno quiere que haya la más mínima duda de que el autor de esa atrocidad está muerto; ninguno acepta que la madre de Anna y Olivia pueda pensar por un solo instante que el asesino de sus hijas ha quedado impune. Por eso necesitan encontrar la prueba que les dé la razón y que cierre el caso. Por eso son optimistas y transmiten ese optimismo allá donde van, especialmente cuando se suben al barco que debe seguir obrando milagros.