Jorge tiene cuarenta y cinco años y es inspector de policía. Es uno de los responsables de los GAC (Grupos de Atención al Ciudadano) de la Jefatura Superior de Canarias, así que pasa sus jornadas de trabajo coordinando los coches que patrullan la ciudad. Algunos días se complican y los GAC acaban haciendo una comparecencia en comisaría con detenidos; otros, atienden los requerimientos, a veces un tanto surrealistas, de los ciudadanos que llaman al 091; unos cuantos realizan servicios humanitarios... Lo habitual en los agentes de seguridad ciudadana, su día en esa oficina tan particular que es la calle. El trabajo de Jorge es, por encima de todo, velar para que todos los suyos regresen a casa sanos y salvos al acabar sus turnos.

En un mundo completamente libre de gentuza, Jorge, como usted y como yo, podría pasar sus horas libres disfrutando de Las Palmas, la ciudad en la que trabaja, como le viniese en gana. El pasado viernes Jorge desayunaba con su hermano, también policía, y su sobrina, una niña de tres años, en el barrio de La Minilla. Al acabar, se despidió de su hermano y de la pequeña y se dirigió a su casa. Cuando estaba llegando a su vivienda le sorprendieron unos gritos: “Policía, hijo de puta, te vamos a matar, sabemos dónde vives…”.

Los improperios llegaban de tres desarrapados que, entre todos, apenas llegaban a la hostia y media. Se trata de tres delincuentes marroquíes –Jawid Alhamr, Mohamed Aduane y Aaron Jeibon– que suman catorce detenciones por diversos delitos: lesiones, daños, resistencia, robo con violencia… En algún momento de sus miserables vidas, el inspector Jorge se debió cruzar en sus caminos y los mandó al trullo, algo que Jawid, Mohamed y Aaron no deben llevar muy bien. Y cuando se lo encontraron por su barrio, pensaron que era una buena idea insultarle, amenazarle y, finalmente, arrojarle disolvente a los ojos en presencia de su hermano y de su sobrina.

En unos días, Jorge conocerá el alcance real de su lesión; Jawid, Aaron y Mohamed, salvo milagro o juez convencido de que hay que dar duodécimas oportunidades, regresarán al trullo –fueron detenidos poco después de los hechos, como se ve en las fotos que acompañan a este texto– y en un mundo sin complejos alguien debería pensar dónde ha ido a parar el principio de autoridad para que tres desgarramantas se atrevan a atacar a un policía en su casa y en presencia de una niña. Pero vivimos en un mundo en el que hay mucha gentuza y muchos complejos, una combinación fatal.

Suerte, Jorge. Y buen servicio.