Mañana, lunes, comienza en Santiago de Compostela el juicio por el crimen de Diana Quer, asesinada el 22 de agosto de 2016. Han pasado más de tres años y muchas cosas desde que la joven madrileña desapareció cuando regresaba a su casa de veraneo, en A Pobra do Caramiñal (A Coruña). En las primeras semanas de la investigación, Juan Carlos Quer y Diana López Pinel, los padres de la chica, mostraron bajo los focos sus diferencias, las habituales en una pareja divorciada, pero que con el mazazo de la desaparición de su hija mayor adquirieron una dimensión enorme, amplificada aún más por medios sedientos de contenidos sobre Diana. Aquellos primeros días de broncas, gritos ante las cámaras y miserias de pareja, aderezados con el protagonismo inesperado de Valeria, la hermana pequeña de Diana, dieron paso al silencio y a una espera insoportable para la familia, la de noticias fiables sobre el paradero de la chica.

La investigación de la Comandancia de la Guardia Civil de A Coruña y de la Unidad Central Operativa se desarrolló en absoluto sigilo y con una enorme meticulosidad. Fueron abriendo distintas líneas de investigación y descartándolas, asegurándose de que no tendrían que volver sobre ellas. Así, fueron apartando a los sospechosos que tenían que ver con el entorno de Diana, con los feriantes que había en A Pobra en aquellas fechas… Y desde bien pronto, solo quedó una línea, la que apuntaba a un delincuente de medio pelo, Enrique Abuín, El Chicle. Mientras los medios de comunicación perdían el tiempo creando una actualidad en torno a Diana que no existía, los investigadores, trabajando en la penumbra más absoluta, lejos de los focos, se esforzaban en apuntalar las pruebas para poder acusar a El Chicle.

El intento de secuestro de Abuín a una joven en Borio, en diciembre de 2017, precipitó todo. Unos meses antes, coincidiendo con el aniversario de la desaparición de Diana, la Guardia Civil realizó la mayor reconstrucción de posicionamientos telefónicos hecha nunca en España y comprobó que los móviles del sospechoso y la víctima habían estado juntos durante la noche del crimen. Mientras muchos periodistas daban pábulo a cualquier ansioso de efímera fama dispuesto a hablar sobre Diana, los investigadores construían, de forma implacable, el edificio acusatorio contra El Chicle. Una vez detenido, llegó el turno del capitán de la UCO José Miguel Hidalgo, el que lucha con monstruos a base de confianza y complicidad con un solo fin: que confiesen y que les lleven a los cadáveres de sus víctimas. Así fue. Juan Carlos Quer y Diana López tienen un lugar al que llevar flores a su hija, gracias al trabajo de un puñado de agentes que trabajaron sin descanso durante año y medio, lejos de los focos.

Pocos días antes del juicio, como si de una rueda se tratara, volvimos a ver a los padres de Diana exponer sus miserias bajo los focos. Diana López buscó a los medios para airear, una vez más sus denuncias contra su ex marido –archivadas una tras otra-, mientras Juan Carlos guardó un discreto silencio, empeñado en proteger su hija, Valeria, y en que a partir de mañana se haga justicia. Empeñado en apartar el ruido, sabedor de que en la sala donde se juzgará a Abuín solo valen las pruebas. El Chicle tendrá la mejor defensa posible, la abogada de oficio Fernanda Álvarez, y un juicio con todas las garantías del Estado de Derecho en el que vivimos. Un juicio en el que solo se juzgará lo ocurrido en la madrugada del 22 de agosto de 2016.