Ya está aquí. Ya se siente, ya huele. La primera gran celebración de las navidades está a escasas 48 horas y seguramente muchos están preparando (otros aún pensando) qué vamos a poner en nuestros platos la cena de Nochebuena. Aunque, no nos engañemos, muchas veces caemos en el “ABC” de siempre, o en los platos con los que sabemos que vamos, sí o sí, a triunfar delante de la familia.

Pero tanto si eres de los que le toca preparar el menú, como de los que van “a mesa puesta”, todos no estamos exentos de los peligros de estas fechas. Y, por extraño que parezca, hoy no me refiero a cuánto engorda tal cosa, o a qué nos puede sentar mal (que también, pero esto lo dejamos para otro día, por aquello de ser original y no siempre hablar de lo mismo).

Varias veces he comentado que la nutrición es un área donde más bulos corren. Bien por el interés que nos despierta, aunque sea sólo por el mero hecho de saber (poner en práctica es harina de otro costal), bien sea porque de nutrición sabe todo el mundo. Da igual que hayas estudiado una carrera, un máster o no. Parece que el hecho de comer todos los días nos da potestad para opinar, aconsejar y hacer juicios de valor sobre los alimentos y/o las dietas.

Pero Navidad parece que es una fecha con entidad propia en esto de la nutrición, y, por supuesto, en los bulos. Y no es de extrañar que, en conversaciones, o por mensaje a través de nuestro teléfono móvil, comiencen a correr informaciones que, la gran mayoría, o son medias verdades, o, directamente son falsas.

Por eso hoy me pregunto y quiero reflexionar sobre cuál sería el “top 5” de los bulos de las Navidades en cuanto a nutrición se refiere. Y, más concretamente, cuántos de estos bulos han llegado a nuestros oídos. Y lo que es peor, cuántos de ellos nos los hemos creído o, directamente, a día de hoy nos seguimos creyendo.

1. La cabeza es lo mejor de la gamba

¿En serio? Tienes todo el cuerpo de una carne jugosa, llena de sabor y que, de no ser por su gran contenido en colesterol y purinas (“lo que hace que suba el ácido úrico en el análisis de sangre”), estaríamos comiendo día sí y día también. Bueno, a lo mejor tampoco tantos días, pero no por salud. Si no por el precio.

Esta semana ya hemos asistido al resurgir de la polémica de chupar la cabeza de las gambas (y los langostinos, carabineros, cigalas, bogavantes, etc.). Y es que, a raíz de una noticia que retomó una alerta de AECOSAN de 2011, el tema de esta parte del animal ha salido a la palestra.

Es verdad que las cabezas son la parte más rica en cadmio de este alimento, un metal pesado que, en grandes cantidades (repito, en grandes cantidades), se acumula en nuestro cuerpo y puede generar reacciones adversas como problemas en el riñón. Este metal está presente en los mares y se acumula en las vísceras de los crustáceos.

Pero es que, si esto no fuera suficiente, se les suele añadir bisulfitos. Un conservante que, además de acumularse también en la cabeza, se añade para evitar que se pongan negras las gambas y similares una vez que han sido pescados. Evidentemente, la cantidad que se echa está regulada y está de sobra estudiado para que no sea perjudicial para la salud. Pero ahí está, en la cabeza. Para aquellos que dicen que es “la mejor parte”.

¿No te vale con esto? A lo mejor te convence saber que la cabeza también es la parte más rica en colesterol de toda la gamba. Dicho esto, ¿de verdad no puedes pasar sin chupar la cabeza? Que si la chupas no pasa nada, pero me cuesta creer que se considere lo mejor teniendo el resto del cuerpo.

2. Para conservar el jamón hay que taparlo con su propia corteza

Es casi como un ritual. Se abre el jamón. Se reza para que no esté salado o no sea nada más que grasa. Se guarda la corteza. Y, una vez que hemos cortado las lonchas con mas o menos pericia (he visto grandes “asesinatos” de jamones), se tapa con su corteza y, después, la “fantasía” que cada uno le quiera poner: plástico film, la bolsa de algodón en el que vienen, un paño de cocina, papel de periódico, las escrituras del piso…

Pues, según los más entendidos en el tema, en realidad es un mito que en España se puede aplicar durante todo el año, no solamente en Navidad. ¿Qué conseguimos con ello? Que el jamón no se oxigene y cambie su sabor. Vamos, todo lo contrario a nuestra intención.

De hecho, los expertos jamoneros aconsejan comerlo cuanto antes para evitar que se seque o aparezca moho, y para conservarlo, ponerle encima un paño o lonchas muy finas de tocino adheridas perfectamente a la superficie de corte. En resumen, no hace falta “ahogar” al jamón para que se conserve de la forma más adecuada posible.

3. Poner una cuchara para mantener el gas en el cava o el champagne

Reconozcámoslo. ¿A cuántos les gusta de verdad el cava “brut”? ¿Por qué seguimos comprándolo? Así pasa, que nos echamos una copa, brindamos, y ahí se queda. Y claro, cuesta un dinero y da pena que pierda el gas (porque si con gas nos cuesta, sin gas no hay hijo de vecino que se lo beba).

A parte de abrir los ojos a otros tipos de cava y champagne, recordemos que también hay otras alternativas para brindar como la sidra. No es necesario que sea necesariamente cava, y mucho menos “brut”. Especialmente si lo vamos a dejar a medio terminar por ahí olvidado en la mesa.

Pero como en España tenemos una solución para cualquier problema, afloró desde el saber popular que si colocabas el mango de una cuchara (en algunos sitios especificaban que tenía que ser de planta… ¿quién tiene cubertería de plata en pleno siglo XXI?), no se “escapaba” el gas. No me preguntes por qué, porque esa clase de química o física, no se muy bien donde se explicaba, yo no asistí.

De hecho, buscando un poco qué argumento apoya esa idea, evidentemente sin base científica, he llegado a leer que “la cuchara mantiene el aire frío, lo que hace que las burbujas desaparezcan más lentamente”. ¿Mi opinión? Que tiene la misma credibilidad que la homeopatía: la fe que cada uno quiera meterle. Porque lo que es demostración científica, más bien no tiene ninguna.

4. No es bueno tragarse las pepitas de las uvas

¿No? Pues entonces estoy condenado. Porque que me diga a mi alguien cómo consigue no tragárselas la noche de Nochevieja cuando tenemos que tomarnos 12 uvas en menos de un minuto. Especialmente en mi casa, donde parece que compran las uvas a tamaño de melón “piel de sapo”. Eso sí, me resigno a comprarlas “ya peladas y sin pepitas” en conserva. Prefiero tragarme una pepita a no poder disfrutar de fruta fresca. Ya me buscaré yo la vida en seleccionar las más pequeñas.

Falso. Totalmente falso. De hecho, las semillas de la uva son muy ricas en nutrientes y antioxidantes. De hecho, muchos de los compuestos de estas pepitas están siendo estudiados como preventores de enfermedades cardiovasculares o para mejorar la circulación sanguínea.

Y, como he dicho antes, contienen vitamina C, E, betacarotenos y polifenoles. Es decir, según varias investigaciones, compuestos que pueden llegar a ayudar a que el sistema inmunológico funcione con normalidad o prevengan un envejecimiento prematuro gracias a su acción antioxidante. Y, lo que es más importante, tragarse las pepitas nos evita muchos problemas la noche de Nochevieja.

5. El turrón sin azúcar no engordaNs

Ni engorda. Ni sube el azúcar. Ni tiene nada de lo malo que el turrón normal. Y así, toda la lista de presuntos beneficios que nos queramos inventar para este producto. ¿Resultado? Como es “mejor” o “menos malo” que el turrón tradicional, en vez de los dos deditos que nos recomiendan como ración, cuatro, cinco, o directamente, los dedos de ambas manos.

Evidentemente esto es falso. De hecho, muchas veces puede tener más calorías que el turrón normal, ya que, al quitarle el azúcar y sustituirlo por edulcorante, no solo perdemos el dulzor, si no que también perdemos las cualidades técnicas del azúcar en las preparaciones. Incluso, hay algunas variedades que aumentan la cantidad de grasa para evitar que se note la ausencia de azúcar al paladar.

Y si hablamos de calorías, según un informe de la OCU (Organización de Consumidores), el turrón sin azúcar tiene solo 54 calorías menos que el turrón que sí tiene azúcar. Vamos, nada que nos permita una carta blanca para su consumo. Y como hemos dicho antes, el turrón sin azúcar tenía de media en este informe un 4,5% más de grasas. Dicho esto, con o sin azúcar, sigue siendo algo a moderar y dejar para los días especiales.

Entonces, ¿de quién nos fiamos? Creo que es más fácil hablar de quién no fiarnos: cuñados, familiares, whatsapps, mensajes, cadenas de redes sociales, o, simplemente, de alguien que no tenga un título que acredite su conocimiento en la materia, en este caso, en nutrición humana y dietética.