Hace veinte años, un crítico literario de referencia consagraba o destruía una obra. Pero los tiempos cambian. Los círculos de la crítica son cada vez más reducidos, no son los del gran público, y mucho menos desde la revolución de Internet. Los títulos que hoy en día arrasan en las librerías no suelen llegar con el beneplácito de los suplementos culturales —quizás tardío, cuando ya es un éxito—, sino que surgen del boca a boca.

Entre las personas que ya tenemos una cierta edad, el boca a boca se produce, literalmente, así. Alguien lee un libro, se lo cuenta a un amigo. Siempre están las redes sociales, claro. Es el último reducto y el mejor amigo del milenial y los que vienen después. Pero ni siquiera ellos se creen todo lo que leen en Twitter. Necesitan tener una complicidad directa con el prescriptor, necesitan verle la cara. Leer una reseña en un blog literario es un anatema para alguien menor de 25 años. ¡Qué aburrimiento! decía el otro día mi hija. Para eso empiezo a leerme el libro.

El último fenómeno que ha aparecido en las redes es una evolución del susodicho y tradicional blog, solo que ahora mucho más basado en la imagen que en el estilo y los argumentos. Me refiero a los booktubers, que son jóvenes lectores que se sientan frente a una cámara y graban sus opiniones sobre un libro. Como la clásica crítica escrita a mano de toda la vida, solo que basada mucho más en la cercanía y en la simpatía de quienes la están emitiendo que en las razones que se aportan.

Ojo, lo cual no quiere decir en absoluto que estas sean incorrectas, sino simplemente que quedan supeditadas a la identificación del lector con el emisor. El medio es el mensaje. Puro Marshall McLuhan de manual. El éxito del booktuber radica en su comunidad de seguidores, que se cuentan por miles. Tiene su origen en los haulers, vídeos creados con intenciones mucho más frívolas, las de presumir de armario y de las compras del día. El booktuber presume de los libros que se ha leído y se convierte instantáneamente en prescriptor.

Por el puro poder del culto a la personalidad, de acuerdo. Pero es lo que hay en los tiempos que tenemos, así que recomiendo echar un buen vistazo en YouTube a los canales de May Ayamonte, Nube de Palabras, Javier Ruescas y Fly like a Butterfly. Y quizás tengamos que ponernos nosotros también a sostener el último de Donna Tartt o de Arturo Pérez-Reverte frente a una cámara y hablar de ellos, de cómo nos han hecho sentir. ¿Y por qué no? Es el lenguaje de nuestros hijos, aquel con el que van a crecer. Podemos darle la espalda, podemos rechazarlo, y con ello solo conseguiríamos quedarnos atrás. El mundo ha cambiado, nos guste o no.