Ni suicidio colectivo, ni ungüentos para la inmortalidad. El nuevo Gobierno no trae ni lo uno, ni lo otro. Quizás convenga decirlo en un momento en el que parece que cuesta encontrar el término medio. Ni la coalición de PSOE y Unidas Podemos es una catástrofe, ni resolverá todos nuestros problemas. Es ilusionante para unos y una mala noticia para otros. Algunos llevaban tiempo luchando por ello. Otros, han intentado evitarlo hasta el último momento. Una vez en el poder, el nuevo Ejecutivo afronta retos importantes. Entre los que se queden tocando las palmas y los que dicen que esto es la guerra, nos haremos un hueco para comentar las ilusiones y dificultades que afrontan Sánchez, Iglesias, sus equipos, sus socios y la oposición.

El nuevo gobierno afronta la complejidad de satisfacer a partidos distintos, con intereses diversos. La investidura ha salido adelante con apoyos muy variados y esas formaciones han exigido y exigirán contrapartidas. La estabilidad política de Sánchez no solo dependerá del PSOE, sino también de partidos tan variados como la izquierda de Unidas Podemos, el independentismo de Esquerra Republicana de Catalunya o el nacionalismo del PNV, por citar a algunos de los más destacados. Conciliar todos esos intereses por un bien común es la meta.

Cada voto que respalde al nuevo Gobierno, cada parlamentario, será muy importante. Los apoyos logrados para la investidura han supuesto una mayoría suficiente, pero bastante justa. El nuevo Gobierno parte con la exigencia de saber que no va sobrado de diputados en el Congreso. Sacar adelante sus medidas supondrá trabajarse la búsqueda de apoyos, que unas veces habrán quedado asegurados de inicio, pero otras variarán, en función de las materias que se traten, también con el cuidado de no molestar a sus socios más fieles.

El nuevo Gobierno deberá ser un equipo, no un conjunto de individualidades. Hablamos de la primera coalición en La Moncloa de nuestra democracia. PSOE y Unidas Podemos compartirán el poder en la medida en que sean responsables, disciplinados, generosos y sepan mantener la complicidad y la confianza. La falta de experiencia de esta unión deberán compensarla incrementando ilusiones y esfuerzos. El país necesita gobernantes que estén a la altura y el día a día político les puede devorar si se ciegan en la lucha interna y no se centran en intentar resolver los problemas de la calle.

La coalición progresista parte con un nivel de exigencias alto. A ellos mismos les preocupa acabar defraudando. El nuevo Gobierno se ha propuesto afrontar tareas tan delicadas como la calidad del empleo, una mayor justicia fiscal, mejorar la sanidad o la educación públicas, ampliar becas y ayudas sociales, encarrilar el problema de Cataluña, lograr mayor igualdad entre mujeres y hombres, combatir la despoblación y el cambio climático o afrontar la transformación digital. Hay razones para un programa ilusionante, pero con el paso del tiempo les irán valorando por lo que consigan.

Las presiones externas pondrán obstáculos en el camino. No siempre con juego limpio. Una coalición de izquierdas se ha propuesto aprobar medidas que molestan a sectores poderosos, que se han revuelto y se revolverán defendiendo sus intereses. Cuando un nuevo Gobierno progresista habla de subir los impuestos a grandes empresas o mejorar las condiciones de los trabajadores, encuentra resistencias. El sistema político, económico, jurídico y mediático que tenemos, incluidas las relaciones entre todos ellos, es algo que la nueva alianza de PSOE y Unidas Podemos deberá tener presente, porque siempre es imprescindible conocer el terreno en el que uno quiere moverse.

España necesita un buen gobierno, pero también una buena oposición. Con calidad democrática, centrada en la imprescindible labor de control del Ejecutivo y en proponer alternativas. El Congreso debería representar al pueblo y, allí, en el Parlamento, hemos visto estos días gritos, insultos, interrupciones, aspavientos… Si la calle fuera eso, este país sería impracticable. La política, en general, debe superar la teatralización. La derecha, en particular, se equivocará si afronta la actualidad política como una competición para ser más duros que la extrema derecha. Bastantes problemas tiene la gente, como para añadirles crispación y no esfuerzos intentando resolver sus quebraderos de cabeza.

Sería bueno que la política se ocupara de la realidad. Para los enemigos invisibles y los amiguitos imaginarios ya existen otros juegos. La oposición hará bien en cuestionar con rigor las medidas de gobierno, pero no podemos pasar más tiempo sembrando el pánico, que hablando de la problemática de los ciudadanos. Por más que lo repitan, España no ha pasado a ser un estado comunista, bolivariano, golpista, donde manda ETA, arrodillado ante los terroristas, las narcodictaduras y vamos a morir todos. Bueno, esto último sí. Algún día nos tocará, fijo. Entretanto, intenten hacer entre todos un país habitable que vaya mejorando.