Un discurso guerracivilista se ha instalado en la política española. Una parte de la derecha no ha aceptado perder el poder y, desde que Rajoy fue desalojado con una moción de censura, la izquierda está siendo acusada de "golpista", "traidora", de "fraude electoral", de "liquidar España" y querer "implantar un estado comunista". Cualquiera en su sano juicio sabe que estas cosas ni ocurren, ni ocurrirán, pero ese discurso crispado, de miedo y odio cada día, es el que algunos dirigentes están trasladando irresponsablemente a la sociedad.

Aún no se ha formado ni gobierno y a la gente le están calentando la cabeza con alharacas más propias de una situación prebélica. El líder de Vox acaba de decir que "un gobierno del Frente Popular es una declaración de guerra". La portavoz del PP en el Congreso, Cayetana Álvarez de Toledo, alerta del riesgo de un "proceso de sedición encabezado por el PSOE". Ya antes, Pablo Casado acusó a Sánchez de "participar en un golpe de Estado que se está perpetrando en España". Rivera dijo que era "el jefe de una banda".

Álvarez de Toledo viene de proclamar en la prensa que el momento político actual es "más difícil que cuando ETA mataba". Ayer, la dirigente del PP fue a la universidad y tenía la ocasión de retractarse. Ni mucho menos. Ante los estudiantes, la portavoz popular se reafirmó en que "es el momento más complejo desde 1978", porque "no se está negociando un gobierno, sino un proceso contra una nación". Cayetana, centinela de la patria y azote de las cabalgatas de reyes subversivas, llamó a la movilización de los jóvenes.

No pareció que la muchachada acudiera en masa a enterarse de la buena nueva que Álvarez de Toledo les traía. El aviso de que España se desintegra apenas fue escuchado in situ por unas decenas de mozalbetes, que ni siquiera completaron el aforo. Cayetana, que también sentenció que "ya no hay una izquierda como tal en España, porque ha sido fagocitada por el nacionalismo", bien haría en observar la viga en el propio ojo y los procesos de absorción que le rondan. Quizás las proclamas alarmistas de Vox no deberían llevar al PP a intentar superarles en bravura, sino en mesura.

Quizás los heraldos de la estabilidad debieran empezar por aquí. Obispos, CEOE, viejas guardias, baronías… Mucho se habla de los peligros de un gobierno que ni siquiera se ha formado, pero poco se valora el daño de los discursos que, a diario, dibujan una España en riesgo de romperse. ¿Algunos de esos que se llenan la boca con que son "constitucionalistas" llaman a los inversores diciéndoles que somos un país en "liquidación"? ¡Qué gran efecto llamada! Vengan a una España que, según el alcalde de Madrid, está en "emergencia nacional".

El líder de Vox dijo ayer que salía de decirle al rey Felipe que el presidente es "el portavoz de todos los enemigos declarados de la patria". Por su parte, Álvarez de Toledo se lamenta del golpismo a la vez que reprocha a los barones del PSOE que no formen "una verdadera insurrección de la izquierda para volver al lugar constitucional". Pidió a Page, Lambán, Borrell y Fernández Vara que se pongan "manos a la obra para corregir la deriva reaccionaria del partido". Y es que, según Cayetana, "todavía muchos españoles no lo quieren ver, no le dan a la situación la gravedad que merece".

Sí, de alarmismo se trata. España ya se había instalado en un momento político donde son habituales los discursos que cuestionan la violencia de género, los derechos de las mujeres, de los homosexuales, de los inmigrantes… Un retroceso. Lo mismo ocurre con los mensajes prebélicos. La presencia de la extrema derecha ha avivado la competición por las proclamas guerracivilistas en un país sobrado de crispación y de política de declaraciones, pero necesitado de política de hechos. España necesita menos palabras gruesas y más pactos y medidas, que requieren entendimientos e hilar fino, no competir por ver quién es más bocachancla. Yendo así al ataque solo demuestran que están atacados, pero de los nervios.