En Madrid andan revueltos. Parece como si las noticias llegaran tarde a la Corte últimamente. Todo porque la extrema derecha ha pedido el santo y gracia de todos aquellos que participan en actividades escolares relacionadas con el colectivo LGTBI. Ya lo han hecho en otras comunidades del Estado y lo seguirán haciendo. La candidata popular a la presidencia de Madrid, Díaz Ayuso, ha dicho que no es para tanto, que Madrid goza de las mayores libertades de España. Peor ha reaccionado Ciudadanos, que por boca de Ignacio Aguado se ha puesto genuflexo a las órdenes de la organización ultraderechista.

También habló la diputada socialista a la Asamblea de Madrid, Carla Antonelli. Para ella, la insistencia de estas peticiones de Vox son síntomas de una obsesión con las cuestiones sexuales. Puede ser, y si así fuera sería una obsesión compartida con otras organizaciones integristas; por ejemplo, las religiosas, siempre ocupadas de las cosas de cintura para abajo de los ajenos, incluso cuando no tienen posibilidad alguna de defenderse.

Pero no, no es ninguna obsesión. Es una característica estructural de su ideología que expresan a la menor oportunidad. Vox no tiene ninguna intención de diluirse en sus aliados de derecha, PP y Ciudadanos (en Andalucía, dicen sus socios que los tienen encapsulados). En su estrategia, inteligente, sabido el altavoz de unos medios escandalizados pero colaboradores, Vox expresa las señales diacríticas propias de su identidad política para reforzarla. La extrema derecha se distingue en voz alta, de camino atemoriza, avisa de que controla e insiste en su populismo buscando adeptos que se sumen a su prédica corrosiva contra unas instituciones presuntamente corrompidas por las malas costumbres.

Cuando señalan a los diferentes no hacen otras cosa que afianzarse en sus principios ideológicos; cuando se concentran en el mundo LGTBI, afinan, como con otros diferentes: negros, moros, amarillos o judíos, extraños, extranjeros. Para aprovechar el envite, de manera sutil e inteligente, le dan a sus coaligados, al dúo, una mano de maque, de barniz ultraderechista.

Si no lo tienen muy claro, repasen a Umberto Eco y sus "14 síntomas del fascismo eterno": el Ur-Fascismo, el de siempre, el que dura y se mantiene. Puede adoptar rasgos territoriales propios, pero hay cosas que para ellos son irrenunciables; insisto, no es una obsesión, es la propia estructura de su pensamiento. Lean el síntoma 12:

“Puesto que tanto la guerra permanente como el heroísmo son juegos difíciles de jugar, el Ur-Fascista transfiere su voluntad de poder a cuestiones sexuales. Este es el origen del machismo (que implica desdén hacia las mujeres y una condena intolerante de costumbres sexuales no conformistas , desde la castidad hasta la homosexualidad ). Y puesto que también el sexo es un juego difícil de jugar, el héroe Ur-Fascista juega con las armas que son su Ersatz fálico: sus juegos de guerra se deben a una 'invidia penis' permanente”.

Umberto Eco, italiano, sabía de fascismo, como en toda Europa saben también de nazismo. Tanto como él, por experiencia, deberíamos saber en España. Pero no, a diferencia de Europa, PP y Ciudadanos le abren las puertas de las instituciones. Y luego dicen que se extrañan.