Esta semana tenía lugar el sainete del homenaje a la División Azul en el madrileño cementerio de La Almudena. Los personajes asistentes hubieran hecho las delicias de Berlanga: una oradora falangista adolescente con maneras de lolita quinqui, un curita insistiendo en que el marxismo turba la paz de espíritu rodeado de esvásticas, skinheads cuajados de tatuajes y calaveras, veteranos fascistas de ignotos y minúsculos partidos y un abanderado disfrazado con el uniforme de las SA (milicia vinculada al partido nacionalsocialista que cayó en desgracia y fue laminada por las más fieles SS, incluido su líder Ernst Rhom, ajusticiado por homosexual)

En aquel ambiente de camaradería y sana francachela, siempre sin mascarillas ni distancia de seguridad, ambos por lo visto inventos de la horda roja, se acusó al judío de "destruir Europa" y se ensalzó la labor exterminadora de la maquinaria de guerra nazi para defender no sé qué civilización gaseando a seis millones de personas. Vamos, que se orinaron en la adhesión de España a la alianza Internacional para el recuerdo del holocausto. El motivo del colorista akelarre facha era recordar la batalla más sangrienta en la que tomaron parte los voluntarios españoles de la División Azul junto a sus colegas de armas de la Wehrmacht, las fuerzas armadas de la Alemania nazi.

La Fiscalía ya investiga los delitos que se cometieron, al margen de los que afectan a buen gusto. Pero tras el acto he escuchado a algunos compañeros periodistas y tertulianos recordar que los divisionarios bajo el mando del falangista Muñoz Grandes eran poco más que fuerzas de interposición de la ONU. Simpáticos y campechanos observadores siempre galantes con las babuschkas locales, ángeles de la guarda de los judíos bajo su cargo, valerosos en el campo de batalla y piadosos con el enemigo bolchevique, siempre con la guitarra más a mano que el Mauser y el Marca en el petate para regodearse con el triunfo del Atleti al Madrid en Chamartín. Una suerte de guerra de Gila con corajudos y entrañables soldados morenos con bigote humanizando el frente del este. Siempre desconocedores de las barbaridades alemanas para con los judíos locales.

Vamos por partes. La División Azul llevó 47.000 combatientes voluntarios a echar una mano a las fuerzas de eje y su grueso lo componían falangistas convencidos que tuvieron conocimiento del trato que los alemanes dispensaban a los judíos desde su llegada, allá por agosto del 41. El fascismo español tenía además un gran componente ideológico antisemita, y los pocos judíos españoles ya sufrían medidas discriminatorias desde 1936.

Cuando la División Azul atravesaba Polonia camino a Vitebsk ya pudo comprobar los rigores de las Waffen SS y los temidos Einsatzgruppen, escuadrones de la muerte, con los judíos, gitanos, homosexuales, comunistas y cualquier otro grupo que le hiciera torcer el bigotillo al Fuhrer. Fusilamientos masivos, ahorcamientos, gasear niños... los muchachos de Himmler eran expertos en hacer de la matanza una eficaz industria. Los españoles de la División 250 asociaban el judío al comunismo y la masonería. Así lo recogía la "Hoja de campaña" (el periódico de trinchera de la división azul) y eran conocedores de la sangrienta represión a la que se sometía al pueblo hebreo. Los "simpáticos" expedicionarios patrios sabían de los asesinatos en masa, la existencia de guetos y las matanzas que se sucedían en aldeas como Pskov o Staraja Russa, donde los germanos laminaron a miles de judíos en pocas semanas. Y aunque los soldados españoles probablemente desconocían los detalles de la "solución final", vieron las columnas de maltrechos judíos en el frente de Leningrado camino a los campos. En los países Bálticos los hombres de Muñoz Grandes conocieron el testimonio de primera mano de civiles judíos empleados como personal de limpieza. Muchos testimonios recogen encuentros en los que los españoles llegan a conocer la situación de los hebreos bajo el dominio nazi. Nada de disculpar a los divisionarios con la excusa de su desconocimiento o por no tomar parte activa en el exterminio. Las tropas sabían lo que ocurría, lo reflejaban en sus cartas y lo asimilaban como parte de esa guerra "tan especial" que era el frente del este.

En su correspondencia describían a los hebreos como "seres andrajosos de los que había que defenderse por advertencia del mando alemán". Es por ello que cuando los españoles empleaban a prostitutas judías practicaban sexo en la calle para evitar que la resistencia les emboscara en las casas. Los falangistas no tenían además compasión con ellos, respetando escrupulosamente las medidas de segregación impuestas a los hebreos. En muchas cartas, los oficiales hablan de "seres cargados de pecados que se merecen el trato recibido, llevando como carga todos sus rencores". No había lugar para la piedad.

Sin embargo, el trato cotidiano con ese judío empleado de la limpieza era más relajado. Se hacían pequeños trueques y tratos comerciales como la población hebrea de las ciudades ocupadas. Y la soldadesca ofrecía un trato mejor a los empleados y vecinos que sus aliados nazis. Pero nada especial. Son pocos los testimonios de judíos supervivientes favorables a los españoles. Apenas algunos hablan de divisionarios "consternados por la ruina y desolación de los barrios judíos" y trato algo más relajado y cordial que los alemanes. Solo dos testimonios hablan de iniciativas aisladas para proteger a judíos por parte de miembros de la división.

Tras la guerra y con el paso de los años lo que sí cambió es la narrativa divisionaria, que se hizo políticamente correcta con la cuestión judía. Tendió a olvidar abusos y suavizar su colaboración con la maquina exterminadora nazi. Sus memorias se llenaron de episodios de colaboración, compasión y protección del pueblo judío frente al abuso alemán. Las novelas se llenaron de episodios de confraternización con prisioneros rusos y minorías amenazadas, reparto de cigarrillos, improvisadas verbenas y galanteo con chicas hebreas. Mas fantasía que realidad.

En resumen, los voluntarios de Franco fueron testigos de excepción de la barbarie nazi, no participaron activamente en el holocausto ni mostraron especial animadversión con los hebreos, pero respetaron la segregación y normas impuestas por el mando alemán sin mostrar especial afecto o solidaridad con la población hebrea. Las tropas de Hitler siempre contaron con la colaboración y entrega de su fiel aliado español. Hombro con hombro.

Hay mucha bibliografía al respecto. Yo les recomiendo los artículos del historiador Xosé Núñez Seixas: "¿Testigos o encubridores? La División Azul y el holocausto".