Junto al lince ibérico y el urogallo del Cantábrico, el parque infantil madrileño es una especie huidiza y escasa que requiere de paciencia para su avistamiento.

Una vez que el avezado peatón ha localizado uno donde solazar al vástago, lo primero es apartar todo tipo de residuos urbanos para llegar hasta el tobogán. En unos minutos, nuestro simpático chamaco estará disfrutando de una feliz jornada entre colillas, bolsas del Mercadona y botellas de plástico.

Con suerte y un buen surtido de toallitas húmedas, el chaval regresará a casa sin erupción cutánea alguna y perfectamente concienciado de la necesidad de ser más limpios con nuestras ciudades.