Dura época esta para la cultura no subvencionada. Gobiernos autonómicos y ayuntamientos de todo signo laminan la vida nocturna y los bolos en bares y salas de nuestras ciudades. La cultura siempre es sospechosa. Un fenómeno tan europeo como el auge de la ultraderecha que afecta también a nuestro país.

Ante la desaparición de históricas salas de conciertos en Londres, el ayuntamiento de la city ha optado por proteger esos negocios de interés social antes de que todos se conviertan en franquicias de esas que venden botellines por cubos.

Lamentablemente, ese cuidado paliativo a la cultura aún no ha llegado a nuestro país y el ocio más cercano, el del bar que se la juega al contratar a un músico, el del pequeño concierto o monólogo ante un público reducido con el hostelero como único promotor, languidece ante la presión de la política.

En Euskadi, donde la vida nocturna es concebida por nuestros políticos como una actividad subversiva y cuasi-clandestina, el Gobierno vasco pretende reducir los conciertos en bares sin licencia a uno al mes. Da igual que el local cumpla los estrictos requisitos de aforo, ruido y horario. Que su expediente esté limpio como la patena.

Aquel bar que quiera programar un monólogo deberá además avisar con diez días de antelación. Como si de un ejercicio militar se tratara. Ante este panorama, hosteleros, artistas y clientes se han rebelado, ¡y por una vez la protesta parece que podría tener efecto!

Toda la oposición ha solicitado al Gobierno de Urkullu que se replantee su restrictiva medida, que de triunfar en Euskadi no tardará en extenderse por todo el país. Las medidas preventivas molan cuando algo no se comprende. El PNV podría recular y la vida nocturna volver a fluir más allá de las 19 horas para alegría de ciudadanos y turistas. ¡Tengamos fe!