Hace dos años la mirada de Andrea Pita, una joven casi adolescente, madre de una niña de dos años, transmitía tristeza, casi desolación. Me explicaba con entereza, aunque entre lágrimas, como una noche, Juan Cortés, el que había sido su novio, el hombre que la maltrató psíquica y físicamente con terrible vileza, mató a su padre, Juan Pita, a quien quemó entre risas y jactancia con la ayuda de dos amigos. "O vuelves conmigo o mataré al viejo", le dijo a través del teléfono a una atemorizada Andrea que por entonces ya vivía protegida y acogida por la asistencia social.

Andrea fue víctima de constantes palizas por parte de su novio hasta que se armó del valor suficiente para denunciarlo y pudo pedir amparo para ella y su bebé.

El sistema reaccionó, la protegió, pero no lo pudo hacer con su padre. Juan Pita, excantante de éxito en los noventa y enfermo de esquizofrenia, vivía solo en una cabañita que tenía junto a un huerto que cuidaba en las afueras de la barcelonesa población de Santa Perpètua de Mogoda.

"Vuelve conmigo o lo mato", y cumplió su palabra. Andrea y su abuela, la madre de Juan, fueron testigos del levantamiento del cadáver totalmente calcinado de un hombre que fue la moneda de cambio que utilizó el asesino para vengarse de su exnovia.

Dos años en los que Andrea ha vivido en una especie de jaula protectora, rodeada las 24 horas por Mossos d'Esquadra que la han salvaguardado de la familia del exnovio y del propio Cortés porque incluso estando en prisión preventiva a la espera de juicio, insistió, a través de diversas cartas, en nuevas y crueles amenazas.

Han pasado estos dos años y la lenta justicia ha hablado. La Audiencia de Barcelona ha condenado a Juan Cortés a 18 años de cárcel por el asesinato de Juan Pita. El tribunal del jurado le había declarado culpable en un juicio donde resultó clave la valiente declaración de Andrea quien, con detalle, explicó el horror físico y psíquico que le infringió el ahora condenado antes de matar a su padre.

Los ojos de Andrea han recobrado la luz. Ha recompuesto su vida sentimental y familiar. Ha aprendido de nuevo a sonreír y tras la sentencia me ha dicho que va a poner su historia y su dolor al servicio de las miles de mujeres víctimas de los maltratos machistas en este país.

A veces hay que hablar de ello para que la historia no se repita.

A veces la justicia es justa. Suerte Andrea.