La cabra siempre tira al monte y Pablo Casado finge cuando quiere separarse de VOX y se muestra tal como es cuando se une a los postulados posfascistas. Si hay algo que en la política de los últimos años ha laminado a los líderes políticos han sido los cambios radicales de posición sin tiempo para que los electores pudieran asimilarlo. Los costes de radicalizar a tu electorado o enfrentarlo de manera virulenta a unas posiciones para después dar un giro de 180 grados que perturba y desubica a los propios fue lo que se llevó por delante a Albert Rivera. Llamar banda y amigo de terroristas a Pedro Sánchez hasta convertirse en un partido ultra para decir el día después que se aviene a pactar con ese ser infecto no fue comprendido y sus votantes se fueron a VOX. El principio de contradicción debe respetar unos mínimos tiempos para metabolizarse en el electorado.

Esos giros en Pablo Casado se producen, de manera retórica, en su relación con la extrema derecha de forma continua en su escaso tiempo como líder del PP. Un día llama ultraderecha y populista a VOX acusándole de ser uno de los responsable de los males de España. Al día siguiente aparece en los micrófonos del oráculo losantiano para decir que no descarta, si gana las elecciones, tener ministros de VOX. Después insulta y desprecia en una moción de censura al líder ultra tras haber posado antes circunspecto en la Plaza de Colón junto al que fue su amigo de correrías en NNGG. Una plaza a la que volverá en los próximos días. Si algo queda claro en su comportamiento es que cuando las ideas propias no pueden ocultarse entre argumentarios y campañas de propaganda, el líder del PP elegirá a los posfascistas para salir a la calle.

Hay una dinámica habitual en Europa cada vez que un partido de extrema derecha aparece en un país y que tiene que ver con los movimientos pendulares de los partidos conservadores tradicionales y de derecha radical. Es un movimiento en fases que en España no hemos visto aún en el partido ultra porque no ha logrado tocar poder, que es lo que hace que comience a modularse el mensaje en los posfascistas europeos, pero sí lo hemos observado en el PP. En el momento en el que los partidos ultras se consolidan en posiciones de gobierno adoptan mensajes y costumbres de los conservadores, moderan su mensaje y aparecen como menos radicales, más marketing y publicidad y menos ruido y agresividad sin mover un ápice sus convicciones, seguirán queriendo expulsar a niños pero sin llamarlos menas. Los partidos conservadores tradicionales y liberales ya han caído en esa dinámica que consiste en moverse a las posiciones posfascistas en los temas más espinosos cuando ven que los ultras les arrebatan votantes.

Pablo Casado ya ha elegido. Lo hizo hace mucho tiempo a pesar de que el oportunismo le haya hecho separarse de su amigo Abascal en determinados momentos. La rueda de prensa en Ceuta en la que sus ultras insultaron a periodistas por preguntarle sobre la imputación de María Dolores de Cospedal es el último suceso que apunta en la irremediable voxización de Pablo Casado impotente al no ser capaz de marcar un perfil propio entre la radicalidad populista y trumpiana de Isabel Díaz Ayuso en Madrid y el moderantismo decimonónico de Feijóo en Galicia. El líder del PP es un boxeador noqueado buscando en qué lado del ring sostenerse cuando está a punto de besar la lona, pero que sabe que el único modo de sobrevivir al combate es abrazarse a los posfascistas.