España ya está rota. Cataluña más. Todos aquellos que pretendían mantener la unidad del país incólume frente a las acometidas secesionistas hoy han consumado su fracaso. Han logrado un triunfo concreto, pero una derrota moral histórica. La misma derrota del delirio procesista que solo ha conseguido quebrar la vida de sus líderes con un pulso megalómano al poder del Estado en busca de su república ilusoria. La sentencia del Tribunal Supremo ha considerado que en España no hubo ninguna rebelión, ningún golpe de Estado y que los líderes independentistas no han subvertido el orden constitucional. A pesar de eso, de la enmienda a la totalidad del relato político de los nacionalistas españoles más reaccionarios, la pena impuesta a los dirigentes políticos ha sido tan dura como si esos hechos se hubieran producido.

La locura procesista ya tiene sus propios mártires. Los mismos que han llevado a cabo el proceso de disolución de la convivencia entre catalanes, la endógena, y entre España y Cataluña, la exógena. La durísima sentencia del procés ha consolidado el camino de ruptura emocional que comenzó cuando Artur Mas huyó en helicóptero del Parlament y vio claro que su pervivencia estaba sujeta un pendón. Más bandera y menos pan. Nacionalismo para diluir ideologías y ponerse enfrente de un movimiento soberanista con legítimas reivindicaciones.

La ruptura entre España y Cataluña, entre sus gentes, ha sido conformada para al menos la próxima generación. Los nacionalismos han quedado esclerotizados en el puente aéreo y cualquier posición medial quedará sepultada por el odio y rencor provocados por un largo proceso de desafección entre iguales y una sentencia ejemplarizante que solo aporta ira a una confrontación larvada en los últimos años.

Triste resolución. Desolada aceptación. Nadie echa un pulso al Estado y sale indemne, hay que leer más a Carl Schmitt para aprender a aceptar la correlación de fuerzas antes de llevar a tus gentes a un vacío de frustración. Pero equivocado estará quien vea como una victoria el disciplinar inmisericordemente al que representa la voz y anhelos, por muy equivocados que sean, de un importante sector de la población. El procés comenzó el juego y el Estado lo ha resuelto. Dura lex que deja en el camino muchos rotos y lamentos. En el ambiente ha quedado una pesarosa sensación y una oscura certidumbre: que la partida quebró la convivencia y su conclusión ha dejado tocada la democracia.