En las crisis de salud pública en sociedades avanzadas y acomodadas como la nuestra afloran diversos comportamientos que muestran una manera de entender la vida y afrontar lo colectivo. Un momento en el que la sociedad muestra su mejor cara, pero también la peor. Timadores, embaucadores, usureros y miserables. Individuos, en la peor acepción del término.

En 'El diario de la peste', Daniel Defoe narró en 1722 cómo una suerte de brujos, que no eran más que estafadores de la peor ralea, se lucraba vendiendo amuletos con el abracadabra en forma de triángulo o con el símbolo de los jesuitas. Aquellos incautos que creían mantenerse al margen de la peste lo único que lograban era que su fosa común tuviera amuletos como decoración. Pero si esos estafadores lograban pasar la peste sin enfermar por designios del azar habrían aumentado de forma considerable sus recursos económicos para subsistir a la próxima pandemia.

Esos charlatanes adjuntaban a unos panfletos para lograr clientes una nota muy solidaria: "Aconseja a los pobres sin pedir nada". Cuando los nadie acudían a estos mercachifles pensando que les darían alguna solución para evitar el contagio a cambio de nada se les aconsejaba la necesidad de adquirir un mejunje que tendrían que comprar: "Pero, señor", dice una pobre mujer, "soy una pobre pordiosera mantenida por la parroquia, y vuestros carteles dicen que dais ayuda a los pobres por nada". "Ay, buena mujer", dice el doctor, "eso hago, tal y como lo anuncio. Doy mis consejos gratis a los pobres, mas no mi medicamento".

Defoe era novelista. Caló perfectamente a una especie de timadores que trasciende los siglos y las pestes. En estos tiempos en los que preservar lo común es imprescindible para desarrollar al individuo se muestran en todo su esplendor aquellos parásitos que viven de expoliar el bienestar general. Los timadores de Defoe que se lucraban con la desesperación pandémica hoy tienen nombre de laboratorio que vende un kit de prueba para el coronavirus por 165 euros o de

hospitales privados que cobran 300 euros por saber si estamos infectados por el COVID-19. Cambia el sujeto científico, pero no la miseria lucrante.

Hay una parte de la sociedad, timorata e individualista, egoísta e irreflexiva, que tiene una incapacidad manifiesta para pensar en algo diferente a su propio bienestar y que es incapaz de comprender que depende del colectivo y del mantenimiento de lo común en buen estado para que su egoísmo pueda ser alimentado con fruición. Una parte de la masa que no considera más allá de su propia protección sin entender que en una situación de pandemia la única manera de permanecer a salvo es preservar lo comunitario. No solo es una actitud individualista, solidaria e irracional, sino que pone en peligro al resto de compatriotas. Estos días hemos asistido al romántico espectáculo de ver a liberales, que llevan años trabajando para la destrucción de lo público cuando tenían el riñón a salvo, entrar en pánico y pedir intervención estatal de forma intensiva cuando una pandemia pone en riesgo el espacio colectivo en el que desarrollan su lucrativa actividad parasitaria. Tenemos memoria. Seguiremos defendiendo lo público y lo común. Cuando esto pase, tendremos memoria.