La derecha española ha sido siempre muy pusilánime, cobarde y servil allende nuestras fronteras. Su nacionalismo es de cuño interno, les sirve para insultar y enfrentar entre españoles, para señalar a su antiespaña, para vestirse de rojo y gualda y tararear fuerte. Pero cuando tienen que armarse y defender los intereses de los ciudadanos en Europa o frente a países más poderosos asoman todos sus complejos y el papel de vendepatrias que han jugado los conservadores de todo cuño a lo largo de nuestra historia. Desde los Cien Mil Hijos de San Luis a Calvo Sotelo implorando ayuda a Ciano hay un gen traidor que vincula y construye la cultura colectiva de la reacción hispana. No hay imperiofilia que pueda ocultar la negritud antipatriota de esta derecha nuestra, la que vende España al extranjero cuando el progreso avanza.

Cuando Pablo Casado le dijo a Jean Claude Juncker, presidente de la Comisión Europea, que España era un desastre comenzó a fraguar su papel de mamporrero en Flandes, de siervo de Rutte y quintacolumnista patrio de los frugales. La derecha y la extrema derecha española han jugado el papel de cortesanos de aquellos que querían hacer la vida de los españoles un poco más difícil. Alta traición lo llaman ellos cuando esas partidas se juegan en el interior de nuestras fronteras. A la carcunda española le gusta disfrazarse del Cid, hacer campaña aludiendo a Don Pelayo y mencionando la Reconquista o ponerse un morrión en un balconcito de Madrid, pero cuando tienen que salir fuera de España a defender a sus ciudadanos se quedan en genuflexos de Justino de Nassau. Las llaves de Breda para Rutte, que para rendirla hay que remangarse y pelear y nuestros patriotas son más bien blanditos. Ellos se ven a sí mismos como Sancho Dávila, el Rayo de la guerra, pero su imagen en el espejo recuerda más a la grotesca figura de Efialtes traicionando Esparta.

El Partido Popular, en su intento de desgastar al Gobierno utilizando todas las tragedias posibles, hizo campaña contra España en Europa para que el acuerdo fracasara y la crisis económica resultante de la pandemia se llevara por delante al Gobierno. En honor a la máxima de Montoro: que caiga España que ya la levantaremos nosotros. El partido de Pablo Casado movió por las instituciones europeas un documento en el que acusaban a Pedro Sánchez de "congelar los mecanismos democráticos" y extralimitarse en sus funciones. Acusaron a España en Europa de no atender a los principios democráticos elementales. El problema, para los españoles pero no para sus intereses, es que esa acusación mermó la capacidad negociadora del país cuando se estaba negociando la candidatura de Nadia Calviño y el presupuesto de la Unión Europea que definiría el futuro inmediato de España en los próximos siete años. Ese era el objetivo de los populares, aunque su escasa capacidad estratégica propició un efecto inesperado que muestra a dónde llega el chovinismo inane de Pablo Casado; Carles Puigdemont utilizó ese argumentario para armar su recurso al suplicatorio que pide levantar su inmunidad como europarlamentario.

El Partido Popular ha buscado con sus maniobras antipatriotas y antiespañolas que los miembros de la UE como Países Bajos o Austria impongan unas condiciones draconianas y unas exigencias que ahoguen la capacidad de hacer reformas sociales del gobierno de PSOE y Unidas Podemos. Buscaban imponer con su sumisión a las fuerzas extranjeras que, lo que no han podido ganar en las elecciones en España, se lograra por interposición ajena, que su servilismo sirviera para que otras potencias europeas garantizaran que su reforma laboral siguiera en pie y su servicio a las empresas privadas frente al sector público se mantuviera intacto. Esteban González Pons no se andaba con rodeos: "El dinero que vendrá de la Unión Europea no es para que Podemos cumpla su programa, es para que lo cumplan las empresas privadas españolas". Para mantener ocultas las intenciones hay que ser muy inteligente, y no es un bien que abunde en las filas conservadoras. Las llaves de Breda siguen en manos de Spínola, aunque la reacción española las quería subastar en Sotheby's.