El comienzo de la novela 'La ciudad de los vivos' de Nicola Lagioia, (qué manera de empezar un libro, cojan ese libro y lean) embriaga al lector con la sangre de unas ratas goteando en la taquilla del Coliseo y con una sentencia que se aplica sobre las ciudades corruptas en degeneración: "La taquillera hizo lo que hace todo el mundo en Roma cuando la sangre gotea por las paredes de una dependencia oficial. Llama a su superior". Madrid es una renovación agravada de la descripción que Lagiola hace de la ciudad imperial y de la realidad en la que se encuentra inmersa. Roma es una ciudad de gestión fallida que vive del recuerdo de Instagram de los turistas de los espacios monumentales, y ese es el futuro al que nos acercamos. Una ciudad contada por propagandistas que oculte las dificultades para los que viven en ellas y menos tienen.

Los nacionalistas italianos de la Padania, en el norte, con su característico clasismo con los del sur, llamaban a la capital 'Roma Ladrona' como argumento para lograr un proceso de secesión de ricos. En España les sonará por el "Espanya ens roba" que la parte más exaltada del nacionalismo catalán utilizó durante años siguiendo la senda de Umberto Bossi. Pero hoy, ese argumento no existe con mayor fuerza que en Madrid, Ayuso es la alumna aventajada de la Lega Norte de Salvini para lograr un proceso de emancipación y secesión de las élites. Madrid se ha convertido en una ciudad hostil y agresiva para los que ganan poco y el paraíso de los ricos e inversores que ven la Comunidad como una oportunidad para extraer rentas y vivir de ellas. Madrid Ladrona, de las plusvalías para engordar el capital de las élites extractoras.

Madrid es lesiva. Madrid es un hábitat inhóspito para quien precisa de la política como ente dador de servicios públicos que hagan de su existencia algo diferente a un calvario. Las becas para que los ricos puedan llevar a sus hijos a un colegio privado de élite a cargo de los tributos de los madrileños es el corolario de una serie de políticas destinadas a expulsar a la clase trabajadora de los lugares que habitan los ricos y crear guetos en la periferia de mano de obra. Soleá Morente llamaba a esos lugares de la periferia de Madrid donde descansa la clase obrera con un nombre punzante pero preciso: campos de concentración proletarios. Porque el plan es crear un espacio de socialización urbano en el que solo sea posible vivir con rentas superiores a 100.000 euros, y para ellos se gobierna a costa de la mayoría social. Por eso se degradan los espacios de encuentro de los humildes. Se degradan los parques, porque los ricos tienen jardín. Se destroza la sanidad pública, porque los ricos tienen consulta privada. Se deprecia la educación pública, porque los ricos tienen beca para llevar a sus hijos a un colegio de élite.

Madrid es un agujero negro que vive de parasitar a lo que lo rodea de forma interna y externa para engordar a los de su buena estirpe. Sangra a los territorios que la circunvalan y los habitantes de menor renta porque no es posible mantener el nivel de vida de su oligarquía sin quemar regiones y mano de obra como combustible para su caldera. Madrid gotea sangre de ratas por las paredes de sus instituciones, solo que esas ratas son solo madrileños pobres.