Cuando desperté, Carlos Alsina estaba citando un montón de ciudades españolas por la radio. Castellón, Gijón y Aranjuez, retuve. Lo hacía como el que se sabe la tabla periódica. Terminó la noticia con "autobús al canto", que es un poco la manera de decir que había tal follón que no quedaba más remedio que lidiar esa mañana con aquello y con la lluvia. Luego supe que había unaincidencia en la estación de Chamartíny que el atasco de lunes peor que el de otros lunes.
Segundos después, me escribió una persona de su equipo advirtiéndome de la noticia: "¡Lo digo por tus planes de transporte público!".
Me gusta que la gente acompañe mis asuntos de movilidad con esa palabra: planes. Es la que mejor refleja la agenda de los que nos movemos así, utilizando al menos dos de los iconos que acompañan la tarjeta para moverte por Madrid.
Me gusta que la gente piense en mí como alguien que vive con más antelación que el resto. Soy una sentimental sin carnet de conducir que ayer salió media hora antes que de costumbre para obviar el apocalipsis que no fue.
El transporte público es la vida con legañas, esa España que bosteza y que siempre está cansada. También es la España perfumada y gritona que sale a ligar, que va cargada de bolsas de compra y de botellas para el botellón.
El traje, la corbata y la mochila corporativa de los que van a trabajar a un rascacielos muy alto, los pobres que piden para comer, los que tocan canciones de Sabina, los que piden disculpas por Whatsapp al jefe por llegar tarde y mienten con la ubicación porque saben que llegarán con más retraso del prometido. El transporte público es el CIS que Tezanos no ve y que tampoco ven los conductores que aguardan enfadados, cansados y resignados el atasco en cualquiera de las vías un lunes de lluvia con incidencias en la estación de Chamartín.
Hay rasgos de vidas ajenas muy fáciles de adivinar. Están las jóvenes que se bajan en Begoña y una las imagina poniéndose la bata blanca para iniciar otra jornada maratoniana y precaria en el Hospital de la Paz. Están los pacientes que acuden con el rostro preocupado y un sobre con los resultados de unas pruebas; un sobre que nadie jamás ha doblado en este mundo por muy grande que fuera. Como si hacerlo supusiera un juicio final.
También están las que trabajan como limpiadoras. Suelen llevar en el bolso un bote de crema con el que hidratan sus manos y eliminan el olor a productos cargados de químicos. Me gusta ver con qué mimo masajean su principal herramienta de trabajo y echo de menos cuando ellas y yo éramos más jóvenes. Cuando contaban, desacomplejadas y festivas, en el tren de cercanías que unía Parla con Atocha, aspectos sonrojantes de sus empleadores. Una España que no sabe lo que son los privilegios pero que reivindica lo suyo con orgullo. "Somos más pobres, pero somos mejores".
Están los estudiantes, fábricas de adrenalina andantes, cuyas hormonas les hacen gritar mucho más que el resto y que ejecutan a la perfección todo aquello que los demás ya hemos hecho. Hablar de los temas que a esa edad importan y vestirse de la tribu a la que uno quiere parecerse. Algunas de ellas se transforman cuando llega el fin de semana y se suben altivas en las paradas de Sol y Callao cargadas de bolsas con ropa al peso. Puro poliéster y aspiraciones.
Y a veces uno se ve a sí mismo. Me ocurrió ayer cuando un padre muy mayor y su hija se subieron en el metro de la parada del Hospital Infanta Sofía. Escuché la decepción del hombre, cuyo aspecto revelaba una salud demasiado frágil. Escuché la ternura de ella, intentando animar un panorama que intuí sombrío. Los vi despedirse apenas unas paradas después. Esta vez no había sobre con resultados.
Primero se bajó él y ella cogió de inmediato el teléfono. A su interlocutor o interlocutora empezó a enumerarle algo muy distinto a las ciudades con las que me despertó Carlos Alsina. Eran alimentos que había que incluir en la dieta de aquel enfermo. "Pero sobre todo hay que darle nueces y almendras", escuché.
Y me bastó escuchar eso para recordar el día que escribí en un ordenador una tabla con todos los alimentos que llevan calcio. La imaginé agotando todas las posibilidades con tal de que ese hombre le durara mucho tiempo.
Era un lunes de marzo en Madrid con lluvia, incidencias y atascos. Pero ahí abajo pasaba un poco lo de siempre. Esa España que Tezanos ni Moncloa ven.