Al encender un cigarro se enciende también el riesgo asociado al tabaco y a la propagación del coronavirus: quitarse la mascarilla.

Mientras se fuma, la mascarilla pasa a un segundo plano: nos la bajamos, la pasamos a la otra mano o nos la guardamos en el bolsillo.

Pero, además, los fumadores se relajan y se tocan con mucha más frecuencia la cara, uno de los gestos a evitar para reducir el contagio.

Un reciente informe de una veintena de sociedades científicas apunta a que un fumador de 20 cigarrillos al día realiza aproximadamente 300 veces más el movimiento mano-boca que otro que no fume

"El humo de fumar y vapear puede llevar en suspensión partículas virales y la manipulación de la mascarilla y la superficie de las terrazas aumenta el riesgo de la propagación del virus", señala la Vicesecretaria de la Organización Médica Colegial, Rosa Arroyo.

Esto no es todo. Si en una terraza alguien decide fumar, el humo que exhala viene acompañado de las gotas de Flügge o microgotas y es ahí cuando, si está infectado, puede propagar la enfermedad. Esas gotas en el aire pueden llegar hasta a dos metros de distancia, por lo que si hay gente alrededor fácilmente podría contagiarse.

La mascarilla ejerce un efecto protector, sin embargo no existe ningún mecanismo que permita fumar con la mascarilla puesta.

Se trata de gotas invisibles para el ojo humano, pero potencialmente peligrosas. Si el fumador estuviera infectado por el coronavirus, la carga viral que expulsaría en la exalación del humo sería muy elevada.

Los expertos aseguran que la prohibición puede frenar la propagación de los contagios por Covid-19. Además, si un fumador se contagia del virus tiene más probabilidades de que su evolución clínica sea más grave.