Cuando una persona es infectada su sistema inmunitario combate al microorganismo con dos tipos de respuesta que funcionan casi simultáneamente.

En primer lugar se activa la respuesta inmunitaria innata o natural. En la mayoría de los casos, especialmente los asintomáticos, es posible que sea suficiente con esa respuesta, que es la primera línea de combate frente a cualquier agresión a nuestro organismo.

Si con esta respuesta no es suficiente, es posible que se produzca una respuesta inmunitaria adaptativa, que genera anticuerpos y células T específicas frente al coronavirus SARS-CoV-2. Esto dependerá del paciente y del tipo de infección que haya sufrido.

En general, cuantos más efectos provoque la infección más respuesta inmunitaria especializada tendrá lugar y se generará una inmunidad específica protectora frente a nuevas exposiciones al virus.

La inmunidad supone una resistencia que se genera porque se induce una respuesta que confiere memoria a nuestro organismo. Así, ante un nuevo encuentro con el microorganismo, como es el caso del coronavirus, se acuerda de él y le combate de forma eficaz, porque ha generado esa inmunidad previa frente al virus.

Los expertos señalan que siempre es preferible adquirir la inmunidad a través de la vacuna que a través de la infección. Porque los efectos adversos de una vacuna suelen ser menores y no tienen un riesgo mortal. En ambos casos la inmunidad será similar. Sin embargo, algunos datos disponibles sugieren que la infección natural produce una inmunidad de corta duración, mientras que con la vacunación la inmunidad podría ser más duradera.