El dispositivo, diseñado por investigadores del Instituto Tecnológico de Massachusetts, consiste en varios tubos contenidos en una aguja tan delgada como un pelo humano.
Así con esta aguja, tan fina los científicos pueden administrar uno o más medicamentos en las profundidades del cerebro, con un control muy preciso sobre la cantidad de fármaco que se administra y hacia dónde va.
Se trata de un gran avance ya que los medicamentos que generalmente se utilizan para tratar los trastornos cerebrales, suelen interactuar con sustancias químicas cerebrales llamadas neurotransmisores o los receptores celulares que interactúan con los neurotransmisores.
Algunos ejemplos de ellos son l-dopa, un precursor de dopamina usado para tratar la enfermedad de Parkinson, y Prozac, utilizado para elevar los niveles de serotonina en pacientes con depresión. Sin embargo, estos fármacos pueden tener efectos secundarios porque actúan en todo el cerebro.
Este dispositivo también podría facilitar el suministro de nuevos tratamientos potenciales para los trastornos neurológicos conductuales, como la adicción o el trastorno obsesivo compulsivo, que pueden ser causados por interrupciones específicas en la forma en que las diferentes partes del cerebro se comunican entre sí.